miércoles, 26 de enero de 2011

DOM GUÉRANGER, PALADÍN DE LA LITURGIA ROMANA

Nada podemos comprender acerca de la restauración litúrgica en Francia ni sobre el Movimiento Litúrgico sin entender la personalidad y la obra de Dom Prosper Guéranger. Y no lograremos ensamblar nada de la complicada concatenación de eventos de los que él fue protagonista, sin perfilar unos trazos de su carismática figura.
En los últimos años las publicaciones sobre su figura afortunadamente no han dejado de sucederse. Los trabajos realizados por Dom Paul Delatte en 1902 y Dom Louis Soltner en 1974 se vieron hace muy poco tiempo renovados por la abundante documentación que Dom Guy-Marie Oury recoge en la reciente biografía consagrada a Dom Guéranger (“Dom Gueranger, moine au coeur de l´Église”.Editions de Solesmes. 2000, p. 489- Dom Gueranger, monje en el corazón de la Iglesia).
 Dom Oury no se detiene en la obra de restauración de Solesmes en julio de 1833, ni siquiera en la figura del maestro espiritual o del interlocutor y amigo del mundo religioso entonces en plena ebullición. Dom Oury en su trabajo no se contenta con poner de relieve la figura de aquel defensor de la Iglesia Romana que fue Dom Guéranger ni en recorrer los pasos dados por él en la empresa de restauración de la liturgia romana. Dom Oury desea que comprendamos al hombre de diálogo con los católicos de su tiempo que están presentes en cada capítulo de su vida. Nos hace ser conscientes de la inmensa red de relaciones tejida entorno al abad benedictino y a la activa participación de este último en la vida de la Iglesia de aquel momento histórico. Un sólido artículo de Dom Antoine des Mazis, casi como prólogo de toda la obra, nos muestra como la primera formación de Dom Gueranger lo predisponía naturalmente a toda su obra.
Nacido en 1805 en Sablé-sur-Sarthe en la región de la Loira, a escasos 2 km. de la destruida Abadía de Solesmes cuyas ruinas tantas veces contempló de niño. Hace sus estudios primarios y secundarios en Angers y entra a los 17 años en el Seminario de Le Mans: era el mes de noviembre de 1822. En 1826 recibió el subdiaconado y fue nombrado secretario particular del obispo de Le Mans, Mons. De la Myre-Mory ha quien admiraba profundamente. A lo largo de su vida, únicamente la admiración que sentía por otro gran prelado, el Arzobispo de Burdeos entre 1802 y 1826 Mons Charles François d´Aviau du Bois de Sanzy, que mantuvo con tanto celo la liturgia romana en su diócesis, superará a la que sentirá por el prelado de Le Mans. Ordenado sacerdote en Tours el 7 de octubre de 1827, pedirá permiso a Monseñor De la Myre-Mory para rezar y celebrar la santa Misa según las fórmulas de la liturgia romana y así comenzó a hacerlo el 27 de enero de 1828, fiesta de San Julián. Este mismo oficio sería el último que habría de rezar en la tierra 47 años más tarde.
El joven padre Guéranger sigue a su obispo en sus retiros parisinos a partir de 1827. Toda la vida de Dom Guéranger se urdirá en estos años de estancias en Paris: el gusto por la vida intelectual y por los estudios teológicos e históricos y como no, el contacto con la Liturgia romana, que inició en Le Mans junto a las Damas del Sacré-Coeur. En Paris conocerá a Lamennais, con quien tuvo cierta amistad, y los ambientes mennaisianos con quien comparte las tendencias antigalicanas y que suscitará en él numerosos trabajos. En 1829 con apenas 24 años el joven Guéranger publica en el órgano de la escuela mennasiana el diario “Mémorial Catholique”, cuatro artículos con el título “Consideraciones sobre la Liturgia”. Guéranger ya aparece en esas páginas en perfecta posesión de su vocación: todas las ideas que más tarde expuso con mayor amplitud se encuentran en esos artículos. Con acento retador que, a esa edad podría parecer temeraria presunción, ataca las nueva liturgias galicanas” (Mémorial Catholique 28 febrero 1830). Esos son los primeros pasos hacia la restauración de la Liturgia romana. Un año más tarde, en 1831 publica un trabajo acerca “De la Elección y el nombramiento de los obispos”, en el que aposenta sus profundas convicciones romanas.
En Paris en esa época, Mons. De Quelen le confía la administración de la iglesia de las Misiones Extranjeras donde es rector el P. Desgenettes. Este encargará a su joven vicario predicar sobre el papel del Romano Pontífice en la Iglesia. El encuentro con Gerbet en noviembre 1831 y el mismo Lamennais será decisivo para el joven sacerdote: sostenido por el nuevo obispo de Angers Mons. Carron, se lanza a la restauración de la vida benedictina. Con tres compañeros funda el priorato de Solesmes el día 11 de julio de 1833, bajo el patrocinio de San Benito, por medio de un reglamento precedentemente aprobado por Mons. Carron el 19 de diciembre de 1832. Para muchos, Solesmes constituía la concreción de una manera ortodoxa del gran diseño mennasiano de una orden religiosa en vistas a un despertar de las ciencias eclesiásticas. Eso chocaba profundamente con la mentalidad de aquellos con una idea asentada de la vida monástica que fuese esencialmente oración y penitencia, ascesis y mística, con total ausencia de vida intelectual. No es de extrañar pues, que para los enemigos de la Iglesia de aquel momento, con una gran intuición sobre lo que iba a representar Solesmes (como por ejemplo para los anticlericales del diario “Le Courrier Français”) la erección del priorato de Solesmes en Abadía por el papa Gregorio XVI el 1º septiembre de 1837, les sonase a un regreso a Francia de los jesuitas y los dominicos, ordenes eminentemente intelectuales.
Para Dom Guéranger la restauración de la vida monástica en Solesmes constituirá la primera realidad en el camino de la Restauración Litúrgica. A él, la liturgia le llevará al monacato; y Solesmes y todas sus fundaciones, pusieron la Liturgia como el principio fundamental de toda su espiritualidad. Beuron en Alemania (1863), Maredsous en Bélgica (1872) y todas las congregaciones de ellos nacidos, sobre todo Mont-César (1898), Silos (1880) y Maria Laach (1904) iban a vivir ese mismo espíritu, que de este modo iría penetrando en la intelectualidad católica y luego preparando el ambiente que llegaría al pueblo.
Además de la obra viva de Dom Guéranger, el restaurador de Solesmes dejó dos obras escritas que no pudo completar: las “Instituciones Litúrgicas” y “El año litúrgico”. Cuando apareció el primer volumen de la primera en 1841, en el que se trazaba la historia de la Liturgia hasta el Concilio de Trento, los aplausos y las felicitaciones fueron unánimes. Pero esta unanimidad se rompió al aparecer el volumen segundo, en el que el autor puso de relieve las desviaciones aparecidas en Francia en los siglos XVII y XVIII y como estas habían conducido a la desaparición en ella del rito romano.
La repercusión fue clamorosa, las adhesiones más sinceras se mezclaron con las injurias y amenazas. Guéranger respondió con moderación y respeto, pero con gran seguridad y firmeza. El resultado fue más halagüeño que el que él mismo había esperado: pronto una diócesis tras otra fueron adoptando la liturgia romana.
Para este que os ha escrito durante 13 meses hasta el presente, ese momento en la vida de Dom Géranger es un momento magistral, digno de ser imitado por todo nuestro grupo, por todos aquellos que formamos Germinans. Y no me refiero sólo a sus principios litúrgicos. Voy más allá. Como todos sabemos, la aparición y la presencia de Germinans en nuestro panorama católico, también ha sido motivo tanto de numerosos adhesiones como de grandes críticas y amenazas. Recae sobre nuestros hombros la responsabilidad moral de responder a todo ello con prudencia y ponderación, con caridad cristiana y comprensión, pero con la misma fortaleza de ánimo y la misma determinación con que lo hizo Guéranger respecto a sus adversarios.
La abundante correspondencia que se conserva entre Dom Guéranger y la priora de las carmelitas de Meaux (Madre Elisabeth de la Croix) de la que fue director espiritual, nos revela como el abad de Solesmes intenta conducir la vocación personal de la carmelita, sometida a muchas tormentas, al cultivo del espíritu de fe y de la generosa entrega de sí misma a través de las profundidades de la oración.
Todo un programa de vida que Dom Prosper vivió para sí en primera persona y que es digno de ser imitado por todos nosotros.

Fuente: El Fiador: historia de un colapso

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