miércoles, 26 de junio de 2013

SAN JOSÉ EN LA HISTORIA DE SALVACIÓN Y EN LA PLEGARIA EUCARÍSTICA



      Hoy miércoles 19 de junio de 2013 aparece la noticia de la inserción del nombre de san José en las Plegarias Eucarísticas II, III y IV del Misal Romano, como ya lo estaba, por decisión del Beato Juan XXIII, en el Canon Romano o Plegaria Eucarística I.
      Fue el santo padre Benedicto XVI quien instó a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos a dar este paso, confirmado ahora por la autoridad de papa Francisco.
      La Plegaria Eucarística no recoge elementos con un mero criterio devocional. Sus textos y gestos, así como los nombres que aparecen en ellas, tienen un papel teológico: hacen referencia, sea a la Historia de Salvación, sea al misterio de la Iglesia. La Plegaria inserta a la Comunidad en el misterio de la Iglesia en oración y a la Iglesia en el Misterio de Dios.

      Como ya ocurría entre el pueblo de Israel la oración recoge lo que profesa la fe y la profesión de fe sintetiza lo que la Escritura narra y enseña. San José está presente, muy discretamente, en los Evangelios. Pero allí su presencia no deja de reflejar un papel clave, según el divino designio: José, en nombre de todos sus ancestros, depositarios de la promesa salvífica de Dios, recibe, por medio de su verdadera esposa, María siempre Virgen, el cumplimiento de todas las promesas, Jesús, el Cristo.
      Al conocer que su prometida va a ser Madre del Mesías, José, “el justo”, cree que no es digno de tal esposa ni, particularmente, del divino niño que ésta ha concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. José quiere quitarse del medio, dejar a Madre e Hijo en manos de Dios. Pero Dios quiere que José siga adelante con su matrimonio con María y que tome al niño, que va a nacer, como hijo y le ponga nombre. Quiere que todos piensen que es su Hijo, el hijo del artesano, aunque este Hijo sea un puro don para José, un don que él mismo no hubiese nunca podido conseguir, porque este Niño es hombre verdadero, de la carne de María, pero es también Dios, consustancial con el Padre.
      Esta afirmación de la Divinidad de Cristo es clave de la Divina Revelación y en la obra de la Salvación humana. Será pronto objeto de acalorados debates doctrinales, que llevan a afirmar lo humano y lo divino de Cristo y por ello a rodear el misterio de su concepción y alumbramiento con un manto de prudencia que lleva a separar a José de María y de Jesús: separarlo por la edad, haciendo de él un anciano; separarlo físicamente, poniéndole de espaldas al misterio de la Madre y el Hijo en Belén.
      No obstante, antiquísimas tradiciones de piedad y de culto litúrgico han conservado el recuerdo de José en las liturgias cristianas y en las devociones del pueblo de Dios. Primero con apócrifos y fiestas litúrgicas en Oriente, luego, desde la época de las cruzadas, en Occidente. El José de los designios de Dios y de los Evangelios va recuperando puestos en la vida litúrgica de la Iglesia de rito romano y en la piedad del pueblo cristiano.
      Desde su Patrocinio sobre la Iglesia universal, proclamado por el beato Pío IX , hasta su especial protección sobre el concilio Vaticano II, hace ahora 50 años, afirmada por el Beato Juan XXIII, san José ha visto cómo el pueblo cristiano, dejando atrás cualquier duda sobre la verdadera humanidad y divinidad de Cristo, fija en él su mirada (como modelo de fe y de obediencia a los divinos designios) y reconoce, confiado, una singular intercesión celestial sobre la Iglesia, cuerpo de Cristo, que él, José, ve como parte, o en unión, con el Hijo que Dios le encomendó acoger y cuidar, haciendo para él las veces de padre en la tierra.
      En este sentido su presencia en las cuatro primeras plegarias del Misal Romano refleja el papel que el Magisterio y la Teología, siguiendo a Tradición y Escritura, le reconocen en la Historia de Salvación y en la vida de la Iglesia.
      En este año de la fe, sea esta exaltación de José, un aldabonazo para que, siguiendo sus ejemplos y confiados en su singular intercesión, todos los cristianos acojamos más profunda y sinceramente el “don de Dios”: Cristo y dejemos que Él polarice toda nuestra vida, como la de san José, de modo que Él sea nuestro proyecto y nuestra esperanza.
      ¡Ojalá todos, por nuestra oculta laboriosidad y nuestra entrega total y confiada en la divina providencia, podamos ser tenidos, al igual que Cristo lo fue por sus paisanos de Nazaret, como “hijos del carpintero”!

Mons. Juan-Miguel Ferrer y Grenesche
Subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos

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