Hemos
visto que la participación activa es una exigencia de la misma naturaleza de la
liturgia y esta resulta de la íntima unión entra la participación externa e interna,
y el todo es orientado a la participación perfecta y completa que se actúa con
la comunión sacramental. La constitución conciliar insiste en la participación
activa como medio para la santificación de los hombres y el culto a Dios. Es decir, el objeto de la participación, aquello en lo que se participa es
en la salvación del hombre y en la gloria que supone esto para Dios. Esta es la
meta, el objetivo final.
La formación, la catequesis litúrgica, los cantos, las respuestas, los gestos,
posturas, etc. son los medios para unirse y dar culto a Dios. Las adaptaciones que
se hicieron a la liturgia deben entenderse como un medio para alcanzar la meta
de la participación en la celebración, no debe entenderse como su fin y objeto.
La
participación activa de los fieles en la liturgia no debe generar confusión en
el rol de cada uno de los ministerios y funciones, ni en las relaciones interpersonales
que forma parte de la interacción entre los participantes. En toda celebración
los fieles interactúan entre sí y con las personas divinas. En esta interacción
se deben respetar los dos términos de la relación: por una parte, todo lo que
es propio de la naturaleza y de la acción de Dios, y, por la otra, todo lo que
es propio de la naturaleza y acción de los fieles: «Mediante el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo, se
manifiesta y realiza en ella, a través de signos, la santificación de los
hombres; y el Cuerpo Místico de Cristo, esto es la Cabeza y sus miembros,
ejerce el culto público que se debe a Dios[1]».
La
participación en la celebración no puede ser simplemente fruto de una
experiencia personal o a una suma de medios humanos dirigidos a hacer
comprender y gustar las celebraciones. Celebrar la liturgia es «actuar el
misterio de la salvación que se ha hecho historia, que se recuerda en
sentido litúrgico y se revive en su plenitud en el aquí y ahora, en el hoy
celebrativo»[2].
Participar
activamente en la celebración del misterio significa hacer experiencia del
misterio, es dejarse envolver por el mismo y unirse a Cristo. Es tomar parte
plenamente de la celebración litúrgica, de la cual el pueblo de Dios, «raza
elegida, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido» (1 Ped 2,9), tiene derecho y deber en
virtud del bautismo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario