Tomás H. Jerez

sábado, 8 de septiembre de 2012

PARTICIPACIÓN ACTIVA - Conclusión


            Hemos visto que la participación activa es una exigencia de la misma naturaleza de la liturgia y esta resulta de la íntima unión entra la participación externa e interna, y el todo es orientado a la participación perfecta y completa que se actúa con la comunión sacramental. La constitución conciliar insiste en la participación activa como medio para la santificación de los hombres y el culto a Dios. Es decir, el objeto de la participación, aquello en lo que se participa es en la salvación del hombre y en la gloria que supone esto para Dios. Esta es la meta, el objetivo final. La formación, la catequesis litúrgica, los cantos, las respuestas, los gestos, posturas, etc. son los medios para unirse y dar culto a Dios. Las adaptaciones que se hicieron a la liturgia deben entenderse como un medio para alcanzar la meta de la participación en la celebración, no debe entenderse como su fin y objeto.




            La participación activa de los fieles en la liturgia no debe generar confusión en el rol de cada uno de los ministerios y funciones, ni en las relaciones interpersonales que forma parte de la interacción entre los participantes. En toda celebración los fieles interactúan entre sí y con las personas divinas. En esta interacción se deben respetar los dos términos de la relación: por una parte, todo lo que es propio de la naturaleza y de la acción de Dios, y, por la otra, todo lo que es propio de la naturaleza y acción de los fieles: «Mediante el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo, se manifiesta y realiza en ella, a través de signos, la santificación de los hombres; y el Cuerpo Místico de Cristo, esto es la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público que se debe a Dios[1]».



            La participación en la celebración no puede ser simplemente fruto de una experiencia personal o a una suma de medios humanos dirigidos a hacer comprender y gustar las celebraciones. Celebrar la liturgia es «actuar el misterio de la salvación que se ha hecho historia, que se recuerda en sentido litúrgico y se revive en su plenitud en el aquí y ahora, en el hoy celebrativo»[2].



            Participar activamente en la celebración del misterio significa hacer experiencia del misterio, es dejarse envolver por el mismo y unirse a Cristo. Es tomar parte plenamente de la celebración litúrgica, de la cual el pueblo de Dios,  «raza elegida, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido» (1 Ped 2,9), tiene derecho y deber en virtud del bautismo.

Tomás H. Jerez

                [1] Catecismo de la Iglesia Católica, Compendio, Asociación de Editores del Catecismo, Madrid 2005, 218.
                [2] A. M. Triacca, “Participación, Nuevo diccionario de liturgia, 1560.

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