Todos los fieles por participar del sacerdocio común,
en virtud del bautismo, pueden dar respuestas adecuadas a la intervención de
las personas divinas tomando parte en la celebración. El sacerdocio de los
bautizados tiene implicaciones litúrgicas, éste está en íntima relación con el
sacerdocio ministerial, sin confundirse con él, ya que ambos participan de la
misma fuente y síntesis del único sumo y eterno sacerdote, Jesucristo.
El
sacerdocio común de los fieles está en estrecha relación con la liturgia
bautismal, en la que encuentra su origen primero, con la liturgia de la
confirmación, considerada como explicitación más completa de la concesión de
tal sacerdocio, y con la celebración eucarística, que es el lugar donde las
funciones propias el sacerdocio común se explicitan en un doble modo:
ofreciendo a Cristo al padre, por virtud del Espíritu Santo, a través del
sacerdocio ministerial, y haciendo posible la oblación directa de sí mismos por
parte de los bautizados en, con y por Cristo. Los fieles participan del
sacerdocio común, sobre todo porque ejercen los actos de este sacerdocio. Con
la participación los fieles practican en la celebración su sacerdocio,
incorporándose en Cristo. Por esto la celebración (especialmente la
eucarística) es fuente y cumbre de la vida cristiana[1].
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