La celebración integra el misterio de la salvación en
una acción litúrgica de santificación y de culto para la vida del fiel, que
alimenta su vida cristiana. Se integra la vida cristiana en una acción
litúrgica a través de la cual el misterio se convierte en historia en el aquí y
ahora celebrativo. La participación cumple la función de fermento de las
actividades de los participantes. La Liturgia, por la cual se realiza la obra de nuestra Redención contribuye
a que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de
Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia. La liturgia robustece
las fuerzas para predicar a Cristo y presenta así la Iglesia, a los que están
fuera, como signo levantado en medio de las naciones, para que, bajo de él, se
congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos, hasta que haya
un solo rebaño y un solo pastor[1].
En la
realidad y en el concepto de celebración entran el reunirse con, el dirigirse
a, el hacer, el actuar, el ofrecer, el conformarse, términos y realidades que
revelan las características de las acciones de los participantes tendientes a
unir la vida al misterio y el misterio a la vida. La participación es un elemento constitutivo
de la celebración que mueve las actitudes externas e internas de los files,
para que estos no se queden en el rito exterior, del cual son parte, sino que deben participar en
la realidad que trasciende al rito. Un rito que envía siempre más allá de sí
mismo. La celebración actúa y realiza la obra de la redención, y el acto de ser
parte, concreta la obra de la salvación para la vida de cada fiel[2].
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