«El culto que se da a la
Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la
Iglesia. Dicho culto está estrechamente unido a la celebración del sacrificio
Eucarístico». Por lo tanto, promuévase insistentemente la piedad hacia la
santísima Eucaristía, tanto privada como pública, también fuera de la Misa,
para que sea tributada por los fieles la adoración a Cristo, verdadera y
realmente presente, que es «pontífice de los bienes futuros» y Redentor del
universo. «Corresponde a los sagrados Pastores animar, también con el
testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del
santísimo Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies
eucarísticas».
«La visita al santísimo
Sacramento», los fieles, «no dejen de hacerla durante el día, puesto que el
Señor Jesucristo, presente en el mismo, como una muestra de gratitud, prueba de
amor y un homenaje de la debida adoración». La contemplación de Jesús, presente
en el santísimo Sacramento, en cuanto es comunión espiritual, une fuertemente a
los fieles con Cristo, como resplandece en el ejemplo de tantos Santos. «La
Iglesia en la que está reservada la santísima Eucaristía debe quedar abierta a
los fieles, por lo menos algunas horas al día, a no ser que obste una razón
grave, para que puedan hacer oración ante el santísimo Sacramento».
El Ordinario promueva
intensamente la adoración eucarística con asistencia del pueblo, ya sea breve,
prolongada o perpetua. En los últimos años, de hecho, en tantos «lugares la
adoración del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una importancia
destacada y se convierte en fuente inagotable de santidad», aunque también hay
«sitios donde se constata un abandono casi total del culto de adoración
eucarística».
La exposición de la santísima
Eucaristía hágase siempre como se prescribe en los libros litúrgicos. Además,
no se excluya el rezo del rosario, admirable «en su sencillez y en su
profundidad», delante de la reserva eucarística o del santísimo Sacramento
expuesto. Sin embargo, especialmente cuando se hace la exposición, se evidencie
el carácter de esta oración como contemplación de los misterios de la vida de
Cristo Redentor y de los designios salvíficos del Padre omnipotente, sobre todo
empleando lecturas sacadas de la sagrada Escritura.
Sin embargo, el santísimo
Sacramento nunca debe permanecer expuesto sin suficiente vigilancia, ni
siquiera por un tiempo muy breve. Por lo tanto, hágase de tal forma que, en
momentos determinados, siempre estén presentes algunos fieles, al menos por
turno.
Donde el Obispo diocesano
dispone de ministros sagrados u otros que puedan ser designados para esto, es
un derecho de los fieles visitar frecuentemente el santísimo sacramento de la
Eucaristía para adorarlo y, al menos algunas veces en el transcurso de cada
año, participar de la adoración ante la santísima Eucaristía expuesta.
Es muy recomendable que, en
las ciudades o en los núcleos urbanos, al menos en los mayores, el Obispo
diocesano designe una iglesia para la adoración perpetua, en la cual se celebre
también la santa Misa, con frecuencia o, en cuanto sea posible, diariamente; la
exposición se interrumpirá rigurosamente mientras se celebra la Misa. Conviene
que en la Misa, que precede inmediatamente a un tiempo de adoración, se
consagre la hostia que se expondrá a la adoración y se coloque en la custodia,
sobre el altar, después de la Comunión.
El Obispo diocesano reconozca
y, en la medida de lo posible, aliente a los fieles en su derecho de constituir
hermandades o asociaciones para practicar la adoración, incluso perpetua.
Cuando esta clase de asociaciones tenga carácter internacional, corresponde a
la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos erigirlas
o aprobar sus estatutos.
REDEMPTIONIS
SACRAMENTUM
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