En el indiferenciado y caótico tejido del actual
contexto urbano sería fundamental hallar un lugar más reconocible donde pudiera
el espíritu humano encontrarse con Cristo en la liturgia. Tal lugar habrá de
ser un espacio urbano destinado al encuentro con el Señor y en el que se
agrupen los seres humanos en torno a la única mesa y la única palabra; habrá de
ser sobre todo reconocible como lugar santo; no sólo por el hecho de celebrarse
en él el santo sacrificio, sino también en virtud de la santidad de quienes
allí se congregan. Deberá ser un espacio acogedor y accesible, donde
pueda el hombre encontrarse consigo mismo y encontrar al Otro en una dimensión de
diálogo, de amistad y de oración y que estimule, por otra parte, la realización
de la solidaridad humana.
El programa, simplemente perfilado y grávido de
esperanza, no apunta inmediatamente a una tipología arquitectónica
predeterminada; sus características implicaciones son: a) la acogida, entendida
—en lenguaje arquitectónico urbanístico— como comodidad y facilidad de acceso,
predisposición de ambientes aptos para el encuentro, no referidos, por
consiguiente, a elaboradas simbologías; b) la integración arquitectónica y
urbanística, como correlación con los espacios y las realidades urbanas
circundantes. Una realización de este tipo debe contar con las condiciones de
la vida local, así como con la forma, dimensión y características de las instalaciones
humanas de su alrededor. La preeminencia dimensional y su monumentalidad
predeterminadas no serían justificables si no se las confronta con la exigencia
de individuación de un espacio social apropiado para la función señalada; c) la
apertura, como posibilidad integradora del momento cultual con el
misionero: por consiguiente, flexibilidad, adaptación a la realidad local
dentro de su devenir, siguiendo programas concretos en relación con la vida de
la comunidad. Más que de una sala, debe hablarse de una domus ecclesiae donde
el espacio para la asamblea litúrgica es el corazón de un organismo vivo; d) la
reconocibilidad, como presencia permanente y real de Cristo en la eucaristía,
dentro de la ciudad, como señal, incluso, arquitectónica de reconocibilidad de
un lugar donde Cristo, único sacerdote, provoca una respuesta aun por parte de
cuantos no tienen conciencia de vivir una dimensión de fe.
De E. Abruzzini
Nuevo Diccionario de Liturgia – Ediciones Paulinas
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