La vid fue identificada por los pueblos antiguos de Oriente con la "planta de la vida". El ideograma sumerio que expresaba la noción de vida había sido una hoja de parra. Esta intuición es común a muchos pueblos, que consideran la vid como signo de inmortalidad. Asimismo pasó a Israel y por éste al cristianismo.
La imagen de la vid es muy frecuente como motivo decorativo, tanto en el arte como en la arquitectura sagrada. Aparece entre las pinturas de las catacumbas, en los mosaicos bizantinos, en las fachadas de las catedrales medievales...
La planta y su fruto se consideran generalmente símbolo de Cristo y de su sacrificio. La imagen de la uva y del vino, en particular, son una referencia a la Pasión de Cristo y al episodio de la Última Cena. En el episodio del libro de los Números en el que Josué y Caleb vuelven con un gigantesco racimo suspendido en una pértiga el racimo simboliza el cuerpo de Jesús suspendido en la cruz, porque Jesús es el racimo pisado cuya sangre llena el cáliz de la Iglesia. Los portadores del racimo también tienen un sentido figurativo, significando los dos Testamentos. El que va delante, que vuelve la espalda al racimo místico y no ve lo que lleva, simboliza al pueblo judío que cierra los ojos a la verdad. El situado detrás, que tiene la mirada fija en el racimo, es la imagen de los gentiles que se unen a Cristo.
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