La celebración integra el misterio de la salvación en
una acción litúrgica de santificación y de culto para la vida del fiel, que
alimenta su vida cristiana. Se integra la vida cristiana en una acción
litúrgica a través de la cual el misterio se convierte en historia en el aquí y
ahora celebrativo. La participación cumple la función de fermento de las
actividades de los participantes. La Liturgia, por la cual se realiza la obra de nuestra Redención contribuye
a que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de
Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia. La liturgia robustece
las fuerzas para predicar a Cristo y presenta así la Iglesia, a los que están
fuera, como signo levantado en medio de las naciones, para que, bajo de él, se
congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos, hasta que haya
un solo rebaño y un solo pastor[1].