La celebración de la Misa,
como acción de Cristo y de la Iglesia, es el centro de toda la vida cristiana,
en favor de la Iglesia, tanto universal como particular, y de cada uno de los
fieles, a los que «de diverso modo afecta, según la diversidad de órdenes,
funciones y participación actual. De este modo el pueblo cristiano, “raza
elegida, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido”, manifiesta su orden
coherente y jerárquico». «El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio
ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado,
se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan de forma
peculiar del único sacerdocio de Cristo».
La Igleisa necesita de santos, lo sabemos, y ella necesita también de artistas hábiles y capaces; los unos y los otros, santos y artistas, son testimonio del espíritu que vive en Cristo (Pablo VI Carta a los miembros de la Comisión Diocesana de Arte Sacra. 4 de junio de 1967).
Tomás H. Jerez
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