No puede haber oración cristiana sin la acción del Espíritu
Santo (OGLH 8). En particular, la LH no podría tener como sujeto
operante a la iglesia entera si el Espíritu Santo no uniese a todos los
miembros entre sí o no los compaginase con la cabeza, Cristo (OGLH 8).
Es el Espíritu el que hace vivir a este cuerpo con su presencia: es el alma de
toda su actividad salvífica, y particularmente de la oración.
El Espíritu Santo establece la unión perfecta entre la
oración de la iglesia y la de Cristo, y es él quien hace que fluya en el
corazón de la iglesia la alabanza trinitaria que resonaba desde toda la
eternidad en el cielo y que Cristo trajo a la tierra (OGLH 3). Es él
quien hace presente y viva a toda la iglesia orante en las asambleas y personas
que celebran la LH. El Espíritu Santo, informando con su ser la oración
de la iglesia, la hace grata al Padre.