No puede haber oración cristiana sin la acción del Espíritu
Santo (OGLH 8). En particular, la LH no podría tener como sujeto
operante a la iglesia entera si el Espíritu Santo no uniese a todos los
miembros entre sí o no los compaginase con la cabeza, Cristo (OGLH 8).
Es el Espíritu el que hace vivir a este cuerpo con su presencia: es el alma de
toda su actividad salvífica, y particularmente de la oración.
El Espíritu Santo establece la unión perfecta entre la
oración de la iglesia y la de Cristo, y es él quien hace que fluya en el
corazón de la iglesia la alabanza trinitaria que resonaba desde toda la
eternidad en el cielo y que Cristo trajo a la tierra (OGLH 3). Es él
quien hace presente y viva a toda la iglesia orante en las asambleas y personas
que celebran la LH. El Espíritu Santo, informando con su ser la oración
de la iglesia, la hace grata al Padre.
Los textos principales de la LH, como los
salmos y las lecturas bíblicas, los ha inspirado el Espíritu Santo. Por
eso la LH es principalmente oración dictada por él a nuestra ignorancia y
debilidad (OGLH 100).
Por lo demás, el que
reza la LH lo hace con la asistencia y la moción del Espíritu Santo (OGLH
102). Todas las formas de acción del Espíritu, por lo que se refiere a la
oración, tienen un grado eminente en la LH por la presencia eminente de
Cristo, dador del Espíritu (OGLH 13).
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