El concepto “participación” es introducido en el
vocabulario litúrgico en el siglo pasado, promovido por el Magisterio y por el
movimiento litúrgico. Participación deriva del latín (participatio = partem capere:
tomar parte), se usa como sinónimo de adhesión y de intervención. Su uso en la
liturgia deriva de diversos usos profanos. Es usado en el vocabulario político,
económico, social y en el lenguaje cotidiano, indicando no sólo la
participación en algo, sino también la invitación a participar. En este último
caso la participación significa una adhesión solidaria. Participación
significa, en general, el hecho de tener relación con, tener en común con,
estar en comunión; que equivaldría a relación, comunicación, semejanza, conjunción, etc[1].
El antecedente
más antiguo del uso de este término en ámbito litúrgico, lo encontramos en el Supplices del canon romano «Supplices te rogamus, Omnipotens Deus: [...]
ut, quotquot ex hac altaris participatione sacrosanctum Filii tui Corpus et
Sanguinem sumpserimus, omni benedictione caelesti et gratia repleamur», que
se inspira en la primera Carta a los Corintios de San Pablo: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de
Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que
hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo,
porque participamos de ese único pan. Pensemos en Israel según la carne:
aquellos que comen las víctimas, ¿no están acaso en comunión con el altar?»
(10,16-18). Este texto pone en relación el hecho de la máxima participación con
la recepción del cuerpo y la sangre de Cristo.
El estudio del vocablo participación usado en la
liturgia ha sido afrontado por Lupp. Este filólogo demuestra que los término
griegos méthesis, metochê y koinônía pasan a la traducción latina participatio, al principio exclusivamente entre los filósofos, en
un segundo momento en las versiones de la Escritura y, finalmente, en el uso
litúrgico. La participación implica un triple aspecto: la acción de participar,
aquello en que se participa y los participantes[2].
La
acción de participar, en cuanto acción humana (de los fieles que participan),
implica actitudes externas y actitudes internas. Unas y otras son, a su vez,
susceptibles de graduaciones y modalidades diferentes, todas dirigidas a la
finalidad o meta de la acción participativa: entrar en contacto con el misterio
de Dios.
Aquello
que se participa en el ámbito litúrgico es el misterio que se celebra haciendo
de él el memorial. Para que la acción de participar no se reduzca a pura
formalidad, no puede reducirse sólo a las actitudes externas, sino que debe
afectar y cambiar las actitudes internas de los participantes. El misterio que
se celebra pide toda la atención del momento y una inteligencia y comprensión
de la celebración más provechosa y profunda.
Se puede
afirmar que el participar en la celebración se realiza por medio de la acción
externa-ritual (gestos, palabras, acciones), pero no se agota solo en el ámbito
de los signos litúrgicos planteados de modo adecuado y apropiado. Participar en
la celebración significa trascender y sobrepasar el ámbito semántico-ritualista
para penetrar en el corazón de la acción litúrgica. En otras palabras: la
participación externa hecha de actitudes externas: responder, cantar,
levantarse, estar de rodillas, etc. es sólo el primer estadio de la
participación en la celebración, que es la identificación subjetiva y objetiva
con el mysterium-sacramentum[3]. La
fusión entre participación externa y participación interna es el ideal de fondo
que persigue la constitución conciliar. Esta debe ser el sostén y el alma de la
pastoral litúrgica y de la espiritualidad litúrgica.
La
participación externa, para no fallar o resultar vana, debe ser signo de la
participación interior-espiritual: ésta es el alma de la participación externa,
la cual a su vez, si es auténtica, tiene que ser conforme únicamente a la
verdad misma de la santificación de los fieles y de la glorificación de la
Trinidad.
Las
personas que participan son, sobre todo, los fieles, que deben llegar a ser,
cada vez más actores-realizadores de la celebración. Ésta es una realidad no
individualista, sino eclesial: de hecho el fiel participa en una acción en la
que están implicadas otras personas que interactúan entre sí, como sucede con
los fieles asistentes a la celebración; pero, además, están también presentes
las personas divinas. Por este simple hecho, la participación asume
necesariamente modalidades diversas y pluralidad de tonalidades. Es más, en
virtud de la presencia y acción de Jesucristo y de la presencia y acción del
Espíritu Santo, la participación en la celebración, al par que es siempre una
realidad nueva y que hace nuevos a los fieles, necesita renovarse y reaccionar
a todo tipo de rutina o de estandarización.
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