Es un derecho de la comunidad
de fieles que, sobre todo en la celebración dominical, haya una música sacra
adecuada e idónea, según costumbre, y siempre el altar, los paramentos y los
paños sagrados, según las normas, resplandezcan por su dignidad, nobleza y
limpieza.
Igualmente, todos los fieles
tienen derecho a que la celebración de la Eucaristía sea preparada
diligentemente en todas sus partes, para que en ella sea proclamada y explicada
con dignidad y eficacia la palabra de Dios; la facultad de seleccionar los
textos litúrgicos y los ritos debe ser ejercida con cuidado, según las normas,
y las letras de los cantos de la celebración Litúrgica custodien y alimenten
debidamente la fe de los fieles.
Cese la práctica reprobable de
que sacerdotes, o diáconos, o bien fieles laicos, cambian y varían a su propio
arbitrio, aquí o allí, los textos de la sagrada Liturgia que ellos pronuncian.
Cuando hacen esto, convierten en inestable la celebración de la sagrada
Liturgia y no raramente adulteran el sentido auténtico de la Liturgia.
En la celebración de la Misa,
la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística están íntimamente unidas
entre sí y forman ambas un sólo y el mismo acto de culto. Por lo tanto, no es
lícito separar una de otra, ni celebrarlas en lugares y tiempos diversos.
Tampoco está permitido realizar cada parte de la sagrada Misa en momentos
diversos, aunque sea el mismo día.
Para elegir las lecturas
bíblicas, que se deben proclamar en la celebración de la Misa, se deben seguir
las normas que se encuentran en los libros litúrgicos, a fin de que
verdaderamente «la mesa de la Palabra de Dios se prepare con más abundancia
para los fieles y se abran a ellos los tesoros bíblicos».
No está permitido omitir o
sustituir, arbitrariamente, las lecturas bíblicas prescritas ni, sobre todo,
cambiar «las lecturas y el salmo responsorial, que contienen la Palabra de
Dios, con otros textos no bíblicos».
La lectura evangélica, que
«constituye el momento culminante de la liturgia de la palabra», en las
celebraciones de la sagrada Liturgia se reserva al ministro ordenado, conforme
a la tradición de la Iglesia. Por eso no está permitido a un laico, aunque sea
religioso, proclamar la lectura evangélica en la celebración de la santa Misa;
ni tampoco en otros casos, en los cuales no sea explícitamente permitido por
las normas.
La homilía, que se hace en el
curso de la celebración de la santa Misa y es parte de la misma Liturgia, «la
hará, normalmente, el mismo sacerdote celebrante, o él se la encomendará a un
sacerdote concelebrante, o a veces, según las circunstancias, también al
diácono, pero nunca a un laico. En casos particulares y por justa causa,
también puede hacer la homilía un obispo o un presbítero que está presente en
la celebración, aunque sin poder concelebrar».
Se recuerda que debe tenerse
por abrogada, según lo prescrito en el canon 767 § 1, cualquier norma
precedente que admitiera a los fieles no ordenados para poder hacer la homilía
en la celebración eucarística. Se reprueba esta concesión, sin que se pueda
admitir ninguna fuerza de la costumbre.
La prohibición de admitir a
los laicos para predicar, dentro de la celebración de la Misa, también es
válida para los alumnos de seminarios, los estudiantes de teología, para los
que han recibido la tarea de «asistentes pastorales» y para cualquier otro tipo
de grupo, hermandad, comunidad o asociación, de laicos.
Sobre todo, se debe cuidar que
la homilía se fundamente estrictamente en los misterios de la salvación,
exponiendo a lo largo del año litúrgico, desde los textos de las lecturas
bíblicas y los textos litúrgicos, los misterios de la fe y las normas de la
vida cristiana, y ofreciendo un comentario de los textos del Ordinario y del
Propio de la Misa, o de los otros ritos de la Iglesia. Es claro que todas las
interpretaciones de la sagrada Escritura deben conducir a Cristo, como eje
central de la economía de la salvación, pero esto se debe realizar examinándola
desde el contexto preciso de la celebración litúrgica. Al hacer la homilía,
procúrese iluminar desde Cristo los acontecimientos de la vida. Hágase esto,
sin embargo, de tal modo que no se vacíe el sentido auténtico y genuino de la
palabra de Dios, por ejemplo, tratando sólo de política o de temas profanos, o
tomando como fuente ideas que provienen de movimientos pseudo-religiosos de
nuestra época.
El Obispo diocesano vigile con
atención la homilía, difundiendo, entre los ministros sagrados, incluso normas,
orientaciones y ayudas, y promoviendo a este fin reuniones y otras iniciativas;
de esta manera tendrán ocasión frecuente de reflexionar con mayor atención
sobre el carácter de la homilía y encontrarán también una ayuda para su
preparación.
En la santa Misa y en otras
celebraciones de la sagrada Liturgia no se admita un «Credo» o Profesión de fe
que no se encuentre en los libros litúrgicos debidamente aprobados.
Las ofrendas que suelen presentar
los fieles en la santa Misa, para la Liturgia eucarística, no se reducen
necesariamente al pan y al vino para celebrar la Eucaristía, sino que también
pueden comprender otros dones, que son ofrecidos por los fieles en forma de
dinero o bien de otra manera útil para la caridad hacia los pobres. Sin
embargo, los dones exteriores deben ser siempre expresión visible del verdadero
don que el Señor espera de nosotros: un corazón contrito y el amor a Dios y al
prójimo, por el cual nos configuramos con el sacrificio de Cristo, que se
entregó a sí mismo por nosotros. Pues en la Eucaristía resplandece, sobre todo,
el misterio de la caridad que Jesucristo reveló en la Última Cena, lavando los
pies de los discípulos. Con todo, para proteger la dignidad de la sagrada
Liturgia, conviene que las ofrendas exteriores sean presentadas de forma apta.
Por lo tanto, el dinero, así como otras ofrendas para los pobres, se pondrán en
un lugar oportuno, pero fuera de la mesa eucarística. Salvo el dinero y, cuando
sea el caso, una pequeña parte de los otros dones ofrecidos, por razón del
signo, es preferible que estas ofrendas sean presentadas fuera de la
celebración de la Misa.
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