La celebración eucarística realiza la plenitud de la vida eclesial en la cual
converge la revelación de Dios y la manifestación de la plena humanidad de la
Iglesia. En estas tres dimensiones encontramos esta plenitud de vida: la
Trinidad, la Iglesia y la humanidad.
1.
Plenitud de comunión con la Trinidad
Si, según la frase de Orígenes, la Iglesia es la «plenitud de
la Trinidad», es preciso afirmar que esto se realiza en la Eucaristía. Aquí
tenemos la máxima revelación y comunicación de Dios, la punta máxima de las
relaciones de la Iglesia con su fuente, su modelo y su meta. El carácter
trinitario de la plegaria eucarística desvela el sentido trinitario de la
Eucaristía: del Padre, por Cristo en el Espíritu
Santo.
Plenitud de la revelación y comunicación del PADRE. La
Eucaristía es el don del Padre, síntesis de todas las maravillas de la historia
de la salvación que de Él provienen, fuente de aquella vida que el pan de vida
nos comunica. La Eucaristía es una plegaria filial y una acción
paterna de Dios. La plegaria expresa de manera ascendente, hacia Dios
Padre, cuanto se da de manera descendente, del Padre hacia
nosotros.
Plenitud de CRISTO. La Eucaristía es la presencia de Cristo
en su misterio pascual, como sacerdote y víctima, don de Dios a los hombres, don
de los hombres a Dios. En el Cristo de la gloria tenemos la síntesis de los
«misterios de la carne de Cristo». En la Eucaristía se tiene la máxima presencia
de Cristo en la Iglesia a nivel de significado, de eficacia y de densidad
ontológica. La comunión con Él a través de los elementos terrestres del pan y
del vino y de nuestra corporeidad, están para indicar el realismo de la
presencia y de la salvación en la cual están ya implicados nuestros cuerpos y
los elementos de la naturaleza.
Plenitud pentecostal del ESPÍRITU SANTO. La Iglesia que ora y
actúa «en el Espíritu Santo», pide y obtiene este don de Cristo que transforma
el pan y el vino y reúne a la Iglesia en la unidad del único Cuerpo eclesial. El
sacerdote que ora y consagra lo hace «en la persona de Cristo y en virtud del
Espíritu Santo». La Eucaristía, cuerpo glorioso de Cristo, está llena del
Espíritu Santo que lo vivifica y es vivificante (cfr. PO 5). El Señor es la
fuente del Espíritu; con la comunión se renueva la efusión de este don que
sucedió sobre la cruz en el día de Pascua, según Juan y en el día de
Pentecostés, según Lucas. El Espíritu del Resucitado es aquél que hace la
Iglesia y produce «comunión». La Eucaristía aparece así como la experiencia de
la máxima comunión a nivel vertical y horizontal, como una imagen viva de la
Trinidad. La Iglesia eucarística es Iglesia trinitaria, hecha a
imagen de aquella misteriosa comunión de personas en la única naturaleza.
También nosotros «aun siendo muchos, somos un solo cuerpo». Si Tertuliano dijo
que la Iglesia es «el cuerpo de los Tres», este principio se realiza en el
misterio eucarístico. Unidos en la misma vida divina, cada uno conserva su
rostro, su irrepetible personalidad. Por eso la Eucaristía no cancela si no
aquello que es contrario a la unidad del amor; deja subsistir todas aquellas
diferencias de vocación, edad, cultura y carismas que enriquecen la Iglesia...
En una Iglesia que vive la comunión efectiva y afectiva resplandece, por la
Eucaristía, el rostro de Dios uno-trino.
2.
Plenitud de vida eclesial
Como ya hemos subrayado, si la Eucaristía hace la Iglesia, es
aquí donde tenemos la máxima experiencia de la comunión con Cristo y entre
nosotros que es la esencia misma de la Iglesia. A nivel de signo la
Iglesia nunca se parece tanto a sí misma en cuanto pueblo, cuerpo, familia,
esposa, templo... como cuando celebra la Eucaristía. Pero nunca posee con tanta
intensidad a Cristo y su Espíritu como cuando celebra el misterio
eucarístico.
Esto es verdad en la realidad de la Iglesia universal y en la
concreción de la Iglesia particular y local. Por eso, una Iglesia eucarística
debe hacer resplandecer las notas de la Iglesia: unidad y santidad,
apostolicidad y catolicidad. La comunión visible con el obispo y con el Papa,
expresada en la plegaria y con el affectus communionis in caritate, in
oboedientia et in unitate, hasta en la disciplina que regula la celebración,
es un signo de comunión efectiva que revela la Iglesia
apostólica.
3.
Plenitud de humanidad
La Eucaristía, lo hemos dicho, revela a la Iglesia como nueva
humanidad, renovada por Cristo y por su Espíritu. El compromiso de vivir según
el Evangelio proclamado es el signo de una «humanización
evangélica».
Pero la misma asamblea ofrece un rostro humanísimo de una
Iglesia de hermanos unidos en la variedad de las personas, de las edades y de
las condiciones sociales. Las personas son valoradas y reclamadas a una
conversión del corazón en la mutua caridad. La acogida, el signo de la paz, el
canto que une, el sentido de la fiesta, la llamada de nuevo al compromiso, la
presentación de los dones de la tierra y el compartir los bienes son, entre
otros, signos de una plenitud de humanidad.
P. JESÚS CASTELLANO CERVERA, OCD
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