Tomás H. Jerez

domingo, 4 de marzo de 2012

DEL MEDIEVO AL RENACIMIENTO – ARQUITECTURA SACRA

Con su hegemonía en la producción arquitectónica y con su carga de símbolos generalmente reconocibles, el modelo arquitectónico longitudinal-procesional constituye una garantía para la transmisión de una espiritualidad que sólo en casos excepcionales es expresión de la liturgia comunitaria.
La participación en la liturgia romana permanece viva todavía hasta el comienzo de la edad media; pero ya a partir del s. vil se multiplican las oraciones privadas, se reduce la comunión sacramental, aumentan las prácticas de piedad ascético-morales con las nacientes devociones a la Madre de Dios, a los santos y sucesivamente a la Santísima Trinidad.



Los fieles, en vez de unirse al acto sacrificial, reclaman la visión de la hostia consagrada, en la que se ha realizado el misterio de la transubstanciación. En la época de las obras monumentales, señaladas frecuentemente como manifestaciones del genio cristiano, tal vez llenas de espiritualidad, pero distanciadas de las primitivas motivaciones litúrgicas. La participación activa en la liturgia sólo se conserva dentro de los monasterios, que, dado el superior nivel cultural de sus miembros y por haber hecho coincidir en sí mismos la ciudad del hombre y la ciudad de Dios, siguen expresando aún el carácter unitario
y comunitario de la celebración.
El dilema, ampliamente propagado en la iglesia occidental, entre teología de la cruz y teología de la gloria lo resuelve la jerarquía eclesiástica del período humanista, que presenta la arquitectura como servicio a la predicación y a la presencia gloriosa de la iglesia. Nicolás V, Julio II, León X y todos los papas del triunfalismo renacentista subrayan su preferencia por los edificios grandiosos, por los "monumentos imperecederos, testimonios poco menos que eternos y casi divinos" (Nicolás V, 1447-1455).
El modelo basilical se sustituye, al menos hasta el primer cuarto del s. XV, por el modelo de planta central, de simetrías múltiples, elaborado por la técnica arquitectónica del s. XIV como concreta interpretación de las leyes armónicas que rigen el universo. Es el más elevado producto del hombre, digno de representar a Dios; término final de aquel proceso de acentuada simbolización, que había comenzado en el período constantiniano y que respondía a la estética figurativa ampliamente propagada en el mundo cristiano. Para los teorizantes de la ciudad utópica del renacimiento, el edificio religioso, dadas sus internas características, llega a tomarse como fundamental organizador de la ciudad y a adquirir una situación dominante con respecto a la estructura circundante, implicando en estos modelos de organización urbana la jerarquización de valores postulada por la autoridad religiosa.
De E. Abruzzini
Nuevo Diccionario de Liturgia – Ediciones Paulinas

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