Con su hegemonía en la producción arquitectónica y con
su carga de símbolos generalmente reconocibles, el modelo arquitectónico longitudinal-procesional
constituye una garantía para la transmisión de una espiritualidad que sólo en
casos excepcionales es expresión de la liturgia comunitaria.
La participación en la liturgia romana permanece viva
todavía hasta el comienzo de la edad media; pero ya a partir del s. vil se
multiplican las oraciones privadas, se reduce la comunión sacramental, aumentan
las prácticas de piedad ascético-morales con las nacientes devociones a la
Madre de Dios, a los santos y sucesivamente a la Santísima Trinidad.
Los fieles, en vez de unirse al acto sacrificial,
reclaman la visión de la hostia consagrada, en la que se ha realizado el
misterio de la transubstanciación. En la época de las obras monumentales,
señaladas frecuentemente como manifestaciones del genio cristiano, tal vez
llenas de espiritualidad, pero distanciadas de las primitivas motivaciones litúrgicas.
La participación activa en la liturgia sólo se conserva dentro de los
monasterios, que, dado el superior nivel cultural de sus miembros y por haber
hecho coincidir en sí mismos la ciudad del hombre y la ciudad de Dios, siguen expresando
aún el carácter unitario
y comunitario de la celebración.
El dilema, ampliamente propagado en la iglesia
occidental, entre teología de la cruz y teología de la gloria lo resuelve la
jerarquía eclesiástica del período humanista, que presenta la arquitectura como
servicio a la predicación y a la presencia gloriosa de la iglesia. Nicolás V, Julio
II, León X y todos los papas del triunfalismo renacentista subrayan su preferencia
por los edificios grandiosos, por los "monumentos imperecederos,
testimonios poco menos que eternos y casi divinos" (Nicolás V, 1447-1455).
El modelo basilical se sustituye, al menos hasta el
primer cuarto del s. XV, por el modelo de planta central, de simetrías
múltiples, elaborado por la técnica arquitectónica del s. XIV como concreta
interpretación de las leyes armónicas que rigen el universo. Es el más elevado
producto del hombre, digno de representar a Dios; término final de aquel proceso
de acentuada simbolización, que había comenzado en el período constantiniano y que
respondía a la estética figurativa ampliamente propagada en el mundo cristiano.
Para los teorizantes de la ciudad utópica del renacimiento, el edificio
religioso, dadas sus internas características, llega a tomarse como fundamental
organizador de la ciudad y a adquirir una situación dominante con respecto a la
estructura circundante, implicando en estos modelos de organización urbana la jerarquización
de valores postulada por la autoridad religiosa.
De E. Abruzzini
Nuevo Diccionario de
Liturgia – Ediciones Paulinas
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