Desde la primera comunidad de
Jerusalén hasta la Parusía, las Iglesias de Dios, fieles a la fe apostólica,
celebran en todo lugar el mismo Misterio pascual. El Misterio celebrado en la
liturgia es uno, pero las formas de su celebración son diversas.
La riqueza insondable del Misterio
de Cristo es tal que ninguna tradición litúrgica puede agotar su expresión. La
historia del nacimiento y del desarrollo de estos ritos testimonia una
maravillosa complementariedad. Cuando las Iglesias han vivido estas tradiciones
litúrgicas en comunión en la fe y en los sacramentos de la fe, se han
enriquecido mutuamente y crecen en la fidelidad a la tradición y a la misión
común a toda la Iglesia (cf EN 63-64).
Las diversas tradiciones litúrgicas
nacieron por razón misma de la misión de la Iglesia. Las Iglesias de una misma
área geográfica y cultural llegaron a celebrar el Misterio de Cristo a través
de expresiones particulares, culturalmente tipificadas: en la tradición del
"depósito de la fe" (2 Tm 1,14), en el simbolismo litúrgico,
en la organización de la comunión fraterna, en la inteligencia teológica de los
misterios, y en tipos de santidad. Así, Cristo, Luz y Salvación de todos los
pueblos, mediante la vida litúrgica de una Iglesia, se manifiesta al pueblo y a
la cultura a los cuales es enviada y en los que se enraíza. La Iglesia es católica:
puede integrar en su unidad, purificándolas, todas las verdaderas riquezas de
las culturas (cf LG 23; UR 4).
Las tradiciones litúrgicas, o ritos,
actualmente en uso en la Iglesia son el rito latino (principalmente el rito
romano, pero también los ritos de algunas Iglesias locales como el rito
ambrosiano, el rito hispánico-visigótico o los de diversas órdenes religiosas)
y los ritos bizantino, alejandrino o copto, siriaco, armenio, maronita y
caldeo. "El sacrosanto Concilio, fiel a la Tradición, [...] declara que la
santa Madre Iglesia concede igual derecho y honor a todos los ritos
legítimamente reconocidos y quiere que en el futuro se conserven y fomenten por
todos los medios" (SC 4).
Liturgia y culturas
Por tanto, la celebración de la
liturgia debe corresponder al genio y a la cultura de los diferentes pueblos
(cf SC 37-40). Para que el Misterio de Cristo sea
"dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe" (Rm
16,26), debe ser anunciado, celebrado y vivido en todas las culturas, de modo
que éstas no son abolidas sino rescatadas y realizadas por él (cf CT 53). La multitud de los hijos de Dios,
mediante su cultura humana propia, asumida y transfigurada por Cristo, tiene
acceso al Padre, para glorificarlo en un solo Espíritu.
"En la liturgia, sobre todo en
la de los sacramentos, existe una parte inmutable —por ser de
institución divina— de la que la Iglesia es guardiana, y partes susceptibles
de cambio, que ella tiene el poder, y a veces incluso el deber, de adaptar
a las culturas de los pueblos recientemente evangelizados (cf SC 21)" (Juan Pablo II, Lit. ap. Vicesimus quintus annus, 16).
"La diversidad litúrgica puede
ser fuente de enriquecimiento, pero también puede provocar tensiones,
incomprensiones recíprocas e incluso cismas. En este campo es preciso que la
diversidad no perjudique a la unidad. Sólo puede expresarse en la fidelidad a
la fe común, a los signos sacramentales que la Iglesia ha recibido de Cristo y
a la comunión jerárquica. La adaptación a las culturas exige una conversión del
corazón, y, si es preciso, rupturas con hábitos ancestrales incompatibles con
la fe católica" (Vicesimus quintus annus, 16).
CIC
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