La cuaresma se interpreta teológicamente a partir del misterio
pascual, celebrado en el triduo sacro y con los sacramentos pascuales, que
hacen presente el misterio, para que sea participado y vivido.
La cuaresma no es un residuo arqueológico de prácticas
ascéticas de otros tiempos, sino el tiempo de una experiencia más sentida de la
participación en el misterio pascual de Cristo: "padecemos
juntamente con él, para ser también juntamente glorificados" (Rom 8,17).
Esta es la ley de la cuaresma. De aquí su carácter sacramental: un
tiempo en el que Cristo purifica a su esposa, la iglesia (cf Ef 5,25-27). El
acento se pone, pues, no tanto en las prácticas ascéticas cuanto en la acción
purificadora y santificadora del Señor. Las obras penitenciales son el signo de
la participación en el misterio de Cristo, que hizo penitencia por nosotros
ayunando en el desierto.
La iglesia, al comenzar el camino cuaresmal, tiene
conciencia de que el Señor mismo da eficacia a la penitencia de sus fieles, por
lo que esta penitencia adquiere el valor de acción litúrgica, o sea, acción de Cristo
y de su iglesia. En este sentido, los textos de la eucología hablan de
"annua quadragesimalis exercitia sacramenti" (Missale
Romanum, colecta del primer domingo de cuaresma; la traducción castellana no
refleja el sentido de la expresión latina); de "ipsius venerabilis sacramenti
[quadragesimalis]
exordium" (ib, sobre las ofrendas; la
traducción castellana elimina también la palabra "sacramenti"); de
"solemne jejunium" (= ayuno que se repite regularmente cada año:
oración del sábado después de ceniza en el Missale anterior a la reciente
reforma), mediante el cual "tú [¡oh Dios!] refrenas nuestras
pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa,
por Cristo nuestro Señor" (actual prefacio IV de cuaresma).
La cuaresma tiene un carácter especialmente bautismal,
sobre el que se funda el penitencial. En efecto, la iglesia es una
comunidad pascual porque es bautismal. Esto se afirma no sólo en el sentido de que
se entra en ella mediante el bautismo, sino sobre todo en el sentido de que la
iglesia está llamada a manifestar con una vida de continua conversión el
sacramento que la genera. De aquí también el carácter eclesial de la cuaresma.
Es el tiempo de la gran llamada a todo el pueblo de Dios para que se deje purificar
y santificar por su Salvador y Señor.
De la teología de la cuaresma que hemos expuesto nace,
por tanto, una típica espiritualidad pascual- bautismal-penitencial-eclesial.
Desde este punto de vista, la práctica de la penitencia,
que no debe ser sólo interior e individual, sino también externa y
comunitaria, se caracteriza por los siguientes elementos: a) odio al
pecado como ofensa a Dios; b) consecuencias sociales del pecado; c) parte
de la iglesia en la acción penitencial; d) (nación por los pecadores.
Los medios sugeridos por la práctica cuaresmal son: a)
la escucha más frecuente de la palabra de Dios; b) la oración más
intensa y prolongada; c) el ayuno; d) las obras de caridad (cf SC
109-110).
La pastoral debe ser creativa para actualizar las
obras típicas de la cuaresma (oración - ayuno - caridad), adaptándolas a la
sensibilidad del hombre contemporáneo mediante iniciativas que, sin apartarlo
de la naturaleza y del objeto propio de este tiempo litúrgico, ayuden a los
fieles a vivir el bautismo en dimensión individual y comunitaria y a celebrar
con mayor autenticidad la pascua. La vida cristiana, en electo, está
esencialmente guiada por la dinámica pascual.
De A. Bergamini
Nuevo Diccionario de
Liturgia – Ediciones Paulinas
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