El problema de una interpretación crítica y bien orientada
de las obras de arquitectura religiosa, realizadas o sin realizar, se nos
plantea desde la exigencia misma de encontrar posturas comunes que, dentro de
situaciones diversas, puedan llevar a reconstruir no ya una imagen formal
única, sino una modalidad de la unidad de la iglesia visible.
UNIDAD EN LA DIVERSIDAD.
No conviene, pues, sugerir un único modelo de iglesia
(edificio arquitectónico) como signo de la unidad de los cristianos,
confundiendo así la unidad en espíritu y verdad con la uniformidad de
las tipologías y de la forma arquitectónica. La arquitectura se expresará como
servicio a la iglesia sólo cuando se transforme en edilicia eclesial en
el sentido ya varias veces invocado. Las invariables que vamos a señalar
se traen como orientación para una definición siempre local del edificio sagrado,
por lo que deben interpretarse dentro de unos contextos urbanos bien
determinados.
Las indicaciones recogidas en los cinco puntos
siguientes no configuran ningún modelo arquitectónico concreto, sino más bien
las modalidades determinadas, y frecuentemente olvidadas, que constituyen unos
puntos de referencia en orden a la definición del programa edilicio, elaborado conjuntamente
por el arquitecto y por la comunidad local, así como un instrumento de comprobación
de las proposiciones del realizador arquitectónico. Se podría decir, en
definitiva, que una iglesia-edificio que, en la diversidad de situaciones, no
tenga en cuenta las cinco siguientes invariables, por hermosa que sea,
no es "hoy" una iglesia. Ese más, que tal vez todos quisieran,
lo proporcionará la modalidad con que la comunidad cristiana se identifique con
la iglesia de Cristo.
EL RESPETO TÓPICO.
Cada ambiente, cada lugar tiene sus específicas
propiedades, que exigen una respuesta adecuada.
Situaciones urbanas, morfológicas, ambientales,
materiales, métodos constructivos locales: todo ello debe ser valorado y
asumido amorosamente como material para la construcción localizada del
edificio iglesia. No hay aquí justificaciones religiosas, de prestigio, de
solemnidad, que avalen contrarias posturas. Esta fundamental orientación no
excluye el nacimiento de nuevas catedrales; lo que sí excluye con toda
claridad son las catedrales en el desierto.
LA ACOGIDA.
La iglesia es un edificio para todos; y son sobre todo
los más débiles, los niños, los ancianos, los inválidos quienes más necesidad
tienen de sus amorosas atenciones. Las estructuras arquitectónicas deben contar
con la realidad articulada del pueblo de Dios. Un edificio accesible,
caracterizado por unas estructuras para la acogida, es un modo de ser y una
invitación universal a la escucha del mensaje.
Para muchos, tal invitación puede llegar a ser una
constante interpelación; esta disponibilidad —que es la esencia de la pobreza
evangélica— puede crear dificultades: es un riesgo que se corre, so pena de cerrarse
en defensa de estructuras de seguridad que marginan a otros muchos. El
testimonio de los mejores miembros del pueblo de Dios, los santos que nos han
precedido en el camino de la salvación, constituye la primera referencia
significativa en el área de la acogida. La acción comunitaria no se realiza entre
indiferentes, sino entre hermanos en Cristo: no es posible una comunidad sin
fraternidad humana.
Un lugar para el encuentro fraterno, antes y después
del encuentro con Cristo en la liturgia, distingue a la comunidad cristiana de
un selfservice que no otorga ningún valor a las relaciones
interpersonales entre sus clientes. Más todavía: la apelación al uso de los
medios técnicos, que tantas veces se invoca en las instrucciones para la exacta
aplicación de la constitución vaticana sobre la liturgia, debe llevar a una más
atenta consideración de los aspectos ligados a la acogida: la ventilación, la
iluminación adecuada, las condiciones acústicas y de recogimiento; factores
frecuentemente olvidados en edificios que no parecen en absoluto construidos para
una asamblea de personas humanas.
De E. Abruzzini
Nuevo Diccionario de Liturgia – Ediciones Paulinas
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