La comunión acrecienta nuestra unión
con Cristo. Recibir
la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo
Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre
habita en mí y yo en él" (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su
fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el
Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por
mí" (Jn 6,57):
«Cuando en las fiestas [del Señor]
los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva,
se nos han dado las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María [de
Magdala]: "¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también la vida
y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo» (Fanqîth,
Breviarium iuxta ritum Ecclesiae Antiochenae Syrorum, v. 1).
Lo que el alimento material produce
en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra
vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado,
"vivificada por el Espíritu Santo y vivificante" (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de
gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita
ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta
el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.
La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos
en la comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos
es "derramada por muchos para el perdón de los pecados". Por eso la
Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los
pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados:
«Cada vez que lo recibimos,
anunciamos la muerte del Señor (cf. 1 Co 11,26). Si anunciamos la muerte
del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados . Si cada vez que su
Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle
siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo
tener siempre un remedio» (San Ambrosio, De sacramentis 4, 28).
Como el alimento corporal sirve para
restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la
vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los
pecados veniales (cf Concilio de Trento: DS 1638). Dándose a nosotros,
Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados
con las criaturas y de arraigarnos en Él:
«Porque Cristo murió por nuestro
amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos
que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente
que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea
infundido por el Espíritu Santo en nuestro propios corazones, con objeto de que
consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y sepamos vivir
crucificados para el mundo [...] y, llenos de caridad, muertos para el pecado
vivamos para Dios» (San Fulgencio de Ruspe, Contra gesta Fabiani 28,
17-19).
Por la misma caridad que enciende en
nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto
más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto
más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal. La Eucaristía no
está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento
de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los
que están en plena comunión con la Iglesia.
La unidad del Cuerpo místico: La
Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por
ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La
comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia
realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más
que un solo cuerpo (cf 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada:
"El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre
de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?
Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos
participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):
«Si vosotros mismos sois Cuerpo y
miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y
recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" [es decir,
"sí", "es verdad"] a lo que recibís, con lo que,
respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y
respondes "amén". Por lo tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo
para que tu "amén" sea también verdadero» (San Agustín, Sermo
272).
La Eucaristía entraña un compromiso
en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados
por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt
25,40):
«Has gustado la sangre del Señor y
no reconoces a tu hermano. [...] Deshonras esta mesa, no juzgando digno de
compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno [...] de participar en esta
mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú,
aún así, no te has hecho más misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1 Co
27,4).
La Eucaristía y la unidad de los
cristianos. Ante la
grandeza de esta misterio, san Agustín exclama: O sacramentum pietatis! O
signum unitatis! O vinculum caritatis! ("¡Oh sacramento de piedad, oh
signo de unidad, oh vínculo de caridad!") (In Iohannis evangelium
tractatus 26,13; cf SC 47). Cuanto más dolorosamente se hacen sentir
las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común en la mesa del
Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor para que lleguen los
días de la unidad completa de todos los que creen en Él.
Las Iglesias orientales que no están
en plena comunión con la Iglesia católica celebran la Eucaristía con gran amor.
"Estas Iglesias, aunque separadas, [tienen] verdaderos sacramentos [...] y
sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía,
con los que se unen aún más con nosotros con vínculo estrechísimo" (UR 15). Una cierta comunión in sacris, por
tanto, en la Eucaristía, "no solamente es posible, sino que se
aconseja...en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad
eclesiástica" (UR 15, cf CIC can. 844, §3).
Las comunidades eclesiales nacidas
de la Reforma, separadas de la Iglesia católica, "sobre todo por defecto
del sacramento del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del
misterio eucarístico" (UR 22). Por esto, para la Iglesia católica, la
intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible. Sin embargo,
estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la Santa Cena la muerte y
la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa
la vida, y esperan su venida gloriosa" (UR 22).
Si, a juicio del Ordinario, se
presenta una necesidad grave, los ministros católicos pueden administrar los
sacramentos (Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos) a cristianos que
no están en plena comunión con la Iglesia católica, pero que piden estos
sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se precisa que profesen la fe
católica respecto a estos sacramentos y estén bien dispuestos (cf CIC, can. 844, §4).
CIC (1391-1401)
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