
Por extensión,
pues, representa la conciencia de la nada, de la nulidad de la creatura con
respecto al Creador, según las palabras de Abrahán: "Aunque soy polvo y
ceniza, me atrevo a hablar a mi Señor" (Gn 18,27).
Esto nos lleva a
todos a asumir una actitud de humildad ("humildad" viene de humus,
"tierra"): "polvo y ceniza son los hombres" (Si 17,32),
"todos caminan hacia una misma meta: todos han salido del polvo y todos
vuelven al polvo" (Qo 3,20), "todos expiran y al polvo retornan"
(Sal 104,29). Por lo tanto, la ceniza significa también el sufrimiento, el
luto, el arrepentimiento. En Job (Jb 42,6) es explícítamente signo de dolor y
de penitencia. De aquí se desprendió la costumbre, por largo tiempo conservada
en los monasterios, de extender a los moribundos en el suelo recubierto con
ceniza dispuesta en forma de cruz. La ceniza se mezcla a veces con los
alimentos de los ascetas y la ceniza bendita se utiliza en ritos como la
consagración de una iglesia, etc.
La costumbre
actual de que todos los fieles reciban en su frente o en su cabeza el signo de
la ceniza al comienzo de la Cuaresma no es muy antiguo.
En los primeros
siglos se expresó con este gesto el camino cuaresmal de los
"penitentes", o sea, del grupo de pecadores que querían recibir la
reconciliación al final de la Cuaresma, el Jueves Santo, a las puertas de la
Pascua. Vestidos con hábito penitencial y con la ceniza que ellos mismos se
imponían en la cabeza, se presentaban ante la comunidad y expresaban así su
conversión.
En el siglo XI,
desaparecida ya la institución de los penitentes como grupo, se vio que el
gesto de la ceniza era bueno para todos, y así, al comienzo de este período
litúrgico, este rito se empezó a realizar para todos los cristianos, de modo
que toda la comunidad se reconocía pecadora, dispuesta a emprender el camino de
la conversión cuaresmal.
En la última
reforma litúrgica se ha reorganizado el rito de la imposición de la ceniza de
un modo más expresivo y pedagógico. Ya no se realiza al principio de la
celebración o independientemente de ella, sino después de las lecturas bíblicas
y de la homilía. Así la Palabra de Dios, que nos invita ese día a la
conversión, es la que da contenido y sentido al gesto.
Además, se puede
hacer la imposición de las cenizas fuera de la Eucaristía -en las comunidades
que no tienen sacerdote-, pero siempre en el contexto de la escucha de la
Palabra.
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