Tomás H. Jerez

domingo, 27 de noviembre de 2011

ADVIENTO

                                SUMARIO:
I.     Historia y significado del adviento.
II.  Estructura litúrgica del adviento en el misal de Pablo VI.
III.             Teología del adviento.
IV.             Espiritualidad del adviento.
V.  Pastoral del adviento.

I. Historia y significado del adviento
Son dudosos los verdaderos orígenes del adviento y escasos los conocimientos sobre el mismo. Habrá que distinguir entre elementos relativos a prácticas ascéticas y otros de carácter propiamente litúrgico; entre un adviento como preparación para la navidad y otro que celebra la venida gloriosa de Cristo (adviento escatológico). El adviento es un tiempo litúrgico típico de Occidente; Oriente cuenta sólo con una corta preparación de algunos días para la navidad.



Los datos sobre el adviento se remontan al s. IV, caracterizándose este tiempo tanto por su sentido escatológico como por ser  preparación a la navidad; como consecuencia, se ha discutido no poco sobre el significado originario del adviento: unos han optado por la tesis del adviento orientado a la navidad y otros por la tesis del adviento escatológico. La reforma litúrgica del Vat. II intencionadamente ha querido salvar uno y otro carácter: el de preparación para la navidad y el de espera de la segunda venida de Cristo (cf Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el calendario [texto en la edición oficial del Misal Romano Castellano] n. 39).

II. Estructura litúrgica del adviento en el Misal de Pablo VI

El adviento consta de cuatro domingos (en la liturgia / ambrosiana, en cambio, de seis). Aun manteniendo su unidad, como lo prueban los textos litúrgicos y sobre todo la casi diaria lectura del profeta Isaías, este tiempo está prácticamente integrado por dos períodos:
            1) desde el primer domingo de adviento hasta el 16 de diciembre se resalta más el aspecto escatológico, orientando el espíritu hacia la espera de la gloriosa venida de Cristo;
            2) del 17 al 24 de diciembre, tanto en la misa como en la liturgia de las horas, todos los textos se orientan más directamente
a preparar la navidad. Los dos prefacios de adviento expresan acertadamente las características de una y otra fase. En este tiempo litúrgico destacan de modo característico tres figuras bíblicas: el profeta Isaías, Juan Bautista y María.

Una antiquísima y universal tradición ha asignado al adviento la lectura del profeta Isaías, ya que en él, más que en los restantes profetas, resuena el eco de la gran esperanza que confortara al pueblo elegido durante los difíciles y trascendentales siglos de su historia. Durante el adviento se proclaman las páginas más significativas del libro de Isaías, que constituyen un anuncio de esperanza perenne para los hombres de todos los tiempos.

Juan Bautista es el último de los profetas, resumiendo en su persona y en su palabra toda la historia anterior en el momento en que ésta alcanza su cumplimiento. Encarna perfectamente el espíritu del adviento. Él es el signo de la intervención de Dios en su pueblo; como precursor del Mesías tiene la misión de preparar los caminos del Señor (cf Is 40,3), de anunciar a Israel el "conocimiento de la salvación" (cf Le 1,77-78) y, sobre todo, de señalar a Cristo ya presente en medio de su pueblo (cf Jn 1,29-34).

El adviento, finalmente, es el tiempo litúrgico en el que (a diferencia de los restantes, en los que por desgracia está ausente) se pone felizmente de relieve la relación y cooperación de María en el misterio de la redención. Ello brota como desde dentro de la celebración misma y no por superposición ni por añadidura devocional. Con todo, no sería acertado llamar al adviento el mejor mes mariano, ya que este tiempo litúrgico es por esencia celebración del misterio de la venida del Señor, misterio al que está especialmente vinculada la cooperación de María.

La solemnidad de la Inmaculada Concepción, celebrada al comienzo del adviento (8 diciembre), no es un paréntesis o una ruptura de la unidad de este tiempo litúrgico, sino parte del misterio. María inmaculada es el prototipo de la humanidad redimida, el fruto más espléndido de la venida redentora de Cristo. Ella, como canta el prefacio de la solemnidad, quiso Dios que "fuese... comienzo e imagen de la iglesia, esposa de Cristo llena de juventud y de limpia hermosura".

III. Teología del adviento

El adviento encierra un rico contenido teológico; considera, efectivamente, todo el misterio desde la entrada del Señor en la historia hasta su final. Los diferentes aspectos del misterio se remiten unos a otros y se fusionan en una admirable unidad.

El adviento evoca ante todo la dimensión histórico-sacramental de la salvación. El Dios del adviento es el Dios de la historia, el Dios que vino en plenitud para salvar al hombre en Jesús de Nazaret, en quien se revela el rostro del Padre (cf Jn 14,9). La dimensión histórica de la revelación recuerda la concretes de la plena salvación del hombre, de todo el hombre, de todos los hombres y, por tanto, la relación intrínseca entre evangelización y promoción humana.

El adviento es el tiempo litúrgico en el que se evidencia con fuerza la dimensión escatológica del misterio cristiano. Dios nos ha destinado a la salvación (cf 1 Tes 5,9), si bien se trata de una herencia que se revelará sólo al final de los tiempos (cf 1 Pe 1,5). La historia es el lugar donde se actúan las promesas de Dios y está orientada hacia el día del Señor (cf 1 Cor 1,8; 5,5). Cristo vino en nuestra carne, se manifestó y reveló resucitado después de la muerte a los apóstoles y a los testigos escogidos por Dios (cf He 10,40-42) y aparecerá gloriosamente al final de ¡os tiempos (He 1,11). Durante su peregrinación terrena, la iglesia vive incesantemente la tensión del ya si de la salvación plenamente cumplida en Cristo y el todavía no de su actuación en nosotros y de su total manifestación con el retorno glorioso del Señor como juez y como salvador.

El adviento, finalmente, revelándonos las verdaderas, profundas y misteriosas dimensiones de la venida de Dios, nos recuerda al mismo tiempo el compromiso misionero de la iglesia y de todo cristiano por el advenimiento del reino de Dios. La misión de la iglesia de anunciar el evangelio a todas las gentes se funda esencialmente en el misterio de la venida de Cristo, enviado por el Padre, y en la venida del Espíritu Santo, enviado del Padre y del (o por el) Hijo.

IV. Espiritualidad del adviento

Con la liturgia del adviento, la comunidad cristiana está llamada a vivir determinadas actitudes esenciales a la expresión evangélica de la vida: la vigilante y gozosa espera, la esperanza, la conversión.

La actitud de espera caracteriza a la iglesia y al cristiano, ya que el Dios de la revelación es el Dios de la promesa, que en Cristo ha mostrado su absoluta fidelidad al hombre (cf 2 Cor 1,20). Durante el adviento la iglesia no se pone al lado de los hebreos que esperaban al Mesías prometido, sino que vive la espera de Israel en niveles de realidad y de definitiva manifestación de esta realidad, que es Cristo. Ahora vemos "como en un espejo", pero llegará el día en que "veremos cara a cara" (1 Cor 13,12). La iglesia vive esta espera en actitud vigilante y gozosa. Por eso clama: "Maranatha: Ven, Señor Jesús" (Ap 22,17.20).

El adviento celebra, pues, al "Dios de la esperanza" (Rom 15,13) y vive la gozosa esperanza (cf Rom 8,24-25). El cántico que desde el primer domingo caracteriza al adviento es el del salmo 24: "A ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío, en ti confío: no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos; pues los que esperan en ti no quedan defraudados".

Entrando en la historia, Dios interpela al hombre. La venida de Dios en Cristo exige conversión continua; la novedad del evangelio es una luz que reclama un pronto y decidido despertar del sueño (cf Rom 13,11-14). El tiempo de adviento, sobre todo a través de la predicación del Bautista, es una llamada a la conversión en orden a preparar los caminos del Señor y acoger al Señor que viene. El adviento, enseña a vivir esa actitud de los pobres de Yavé, de los mansos, los humildes, los disponibles, a quienes Jesús proclamó bienaventurados (cf Mt 5,3-12).

V. Pastoral del adviento

Sabiendo que, en nuestra sociedad industrial y consumista, este periodo coincide con el lanzamiento comercial de la campaña navideña, la pastoral del adviento debe por ello comprometerse a transmitir los valores y actitudes que mejor expresan la visión escatológica y trascendente de la vida. El adviento, con su mensaje de espera y esperanza en la venida del Señor, debe mover a las comunidades cristianas y a los fieles a afirmarse como signo alternativo de una sociedad en la que las áreas de la desesperación parecen más extensas que las del hambre y del subdesarrollo. La auténtica toma de conciencia de la dimensión escatológico-trascendente de la vida cristiana no debe mermar, sino incrementar, el compromiso de redimir la historia y de preparar, mediante el servicio a los hombres sobre la tierra, algo así como la materia para el reino de los cielos. En efecto, Cristo con el poder de su Espíritu actúa en el corazón de los hombres no sólo para despertar el anhelo del mundo futuro, sino también para inspirar, purificar y robustecer el compromiso, a fin de hacer más humana la vida terrena (cf GS 38). Si la pastoral se deja guiar e iluminar por estas profundas y estimulantes perspectivas teológicas, encontrará en la liturgia del tiempo de adviento un medio y una oportunidad para crear cristianos y comunidades que sepan ser alma del mundo.

Fuente: Nuevo Diccionarios de Liturgia – Ediciones Paulinas.

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