El encuentro con el Misterio viene del silencio, se realiza en el silencio y conduce al silencio. El silencio revela el Misterio sin profanarlo. No es un simple callar fisiológico, sino plenitud, densidad y profundidad de vida. El silencio es la expresividad del inefable, del estupor, de la maravilla, del éxtasis. El éxtasis es por naturaleza inefable, está más allá de una experiencia normal, pasa por alto los confines del límite humano del intelecto y se proyecta en el silencio sublime del Misterio. Dios es Misterio. También el hombre, imagen y semejanza de Dios, es misterio. El Misterio de Dios se encuentra con el Misterio del hombre en la profundidad del corazón del hombre. En esta profundidad se realiza el místico dialogo entre el Creador y su creatura. Esto ocurre a través del lenguaje inefable del silencio: Aquí la verdad de Dios se hace luz; y el verbo se transfigura en plenitud de canto.
La Igleisa necesita de santos, lo sabemos, y ella necesita también de artistas hábiles y capaces; los unos y los otros, santos y artistas, son testimonio del espíritu que vive en Cristo (Pablo VI Carta a los miembros de la Comisión Diocesana de Arte Sacra. 4 de junio de 1967).
Tomás H. Jerez
▼
miércoles, 9 de febrero de 2011
lunes, 7 de febrero de 2011
PRINCIPIOS DE UN ARTE ORDENADO A LA LITURGIA
La ausencia total de imágenes no es compatible con la fe en la Encarnación de Dios. En su obrar histórico Dios ha entrado al mundo sensible para que el fuera trasparente a Él. Las imágenes de la belleza, en las que se hace visible el misterio del Dios invisible son parte integrante del culto cristiano. El iconoclasmo no es una opción cristiana.
El arte sacro toma sus contenidos de las imágenes de la historia de la salvación, comenzando por la creación, desde el primer día hasta el octavo: el de la resurrección y del retorno, en el cual la línea de la historia se completa como un círculo. De esta forman parte sobre todas las imágenes de la historia bíblica y la historia de los santos como explicación de la historia de Jesucristo, como el hacerse fecundo a lo largo de todo el curso de la historia de la semilla de grano que, caído en tierra, muere. «Tu no combates solo contra los iconos, tu combates contra los santos», decía San Juan Damasceno. En la misma línea el Papa Gregorio III en estos años introduce en Roma la fiesta de todos los santos.