El primero de los libros de canto, por su importancia musical y por su dignidad litúrgica, es el cantatorium (Líber gradalis, Gradúale). Contenía los cantos del Psalmus responsorius y del Alleluia, que el solista (cantor) ejecutaba sobre la primera plana de la escala (gradus) del ambón después de las lecturas, y a la que respondía con una frase-estribillo el pueblo o la schola cantorum.
Un libro de esta clase debió de ser usado desde la más remota antigvedad cristiana, porque el canto del salmo responsorial se remonta a la misma liturgia apostólica. Naturalmente, al principio no debía existir una notación musical propiamente dicha; pero ciertamente desde mucho tiempo atrás, además del texto litúrgico, se tuvieron indicaciones escritas que servían de guía al cantor.
El concilio de Laodicea (c.360) prescribe que los cantores litúrgicos canten sobre el pergamino y Víctor Uticense narra el piadoso fin de un cantor que en el día de Pascua, mientras pulpitu sistens, alleluiaticum melos canebat... sagitta in gutture iaculatus, cadente de manu códice, mortuus postea cecidit ipse. El I Orden romano observa que, después de la lectura de la epístola, cantor cum cantatorio ascendit et diicit responsorium. El cantatorium estaba de ordinario artísticamente encuadernado con tablillas rodeadas de hueso o de marfil, de donde viene el nombre de tabulae que le da Amalario: Tabulae, quas cantor in manu tenet, solent fieri de os so. Un fragmento del cantatorium nos ha sido conservado en un papiro procedente de Fajum, y se remonta hasta principios del siglo IV; contiene cuatro versos para la fiesta dela Epifanía y de San Juan Bautista, para intercalarse como estribillo en el canto del salmo responsorial, que debía ser el 32, Exultate iusti. Puede también recordarse el cantatorium de Monza, del siglo VIII, sin anotaciones, donado por la reina Teodolinda a la basílica de San Juan Bautista y publicado por Tommasi, así como el de San Galo (cód.359), del siglo IX, con notación musical, encerrado en dos magníficas tablas de marfil.
El concilio de Laodicea (c.360) prescribe que los cantores litúrgicos canten sobre el pergamino y Víctor Uticense narra el piadoso fin de un cantor que en el día de Pascua, mientras pulpitu sistens, alleluiaticum melos canebat... sagitta in gutture iaculatus, cadente de manu códice, mortuus postea cecidit ipse. El I Orden romano observa que, después de la lectura de la epístola, cantor cum cantatorio ascendit et diicit responsorium. El cantatorium estaba de ordinario artísticamente encuadernado con tablillas rodeadas de hueso o de marfil, de donde viene el nombre de tabulae que le da Amalario: Tabulae, quas cantor in manu tenet, solent fieri de os so. Un fragmento del cantatorium nos ha sido conservado en un papiro procedente de Fajum, y se remonta hasta principios del siglo IV; contiene cuatro versos para la fiesta de
El antifonario.
El antifonario (antiphonarium, antiphonale, antiphonale rnissarum, antiphonarius líber) era la colección de cantos que debía ejecutar durante la misa la schola cantorum, es decir, la antiphona ad introítum, el responsorio gradual, la antiphona ad offertorium y ad communionem, con versículos relativos correspondientes según el uso medieval. Como se ve, el antifonario comprendía también el cantatorium. Esta era la práctica más común especialmente fuera de Roma, porque también la schola participaba en el canto del responsorio gradual. Amalario escribía a este respecto: Notandum est, volumen, Quod nos vocclomus duale. illi in aliquibus ecclesiis in uno volumine continetur. Seauentem partem dividunt in duobus nominibus. Pars, quae continet responsoríos, vocatur responsoriale; et pars, Quae continet antiphonas, vocatur Antiphonarium. Ego secutus sum nostrum usum. et posui mixtim responsoria et antiphonas secundum ordinem temtoorum in quibus solemnitates nostrae celebrantur. Mientras Roma procuraba distinguir cada una de las partes del canto — gradual, antífonas, responsorios del oficio —, en Francia se prefería reunirías todas en un solo volumen bajo el título de antifonario.
Los orígenes del antifonario no van más allá de finales del siglo IV o principios del V. El canto de un salmo en el ofertorio y en la comunión fue introducido en África, y probablemente también en Italia, en los tiempos de San Agustín. El introito comenzó en Roma, bajo el papa Celestino I (422-432) o poco antes. Si debemos creer a las anotaciones, muy lacónicas en verdad, que nos ha dejado Juan Archicantor de San Pedro en una obra suya, la colección de los cantos de la misa y del oficio, comenzada por el papa Dámaso (366-384) con la ayuda de San Jerónimo, fue sucesivamente elaborada y completada por diversos papas durante los siglos V-VII; es decir: San León I (440-461), el cual annalem cantum omnem instituit; San Gelasio (492-496), el cual omnem annalem cantum... conscripsit; papa Símaco (498-514), qui et ipse annalem suum cantum edidit; papa Juan I (523-526); papa Bonifacio II (530-532); papa San Gregorio Magno 590-604), el cual cantum anni circuli nobile edidit; papa Martín I (649-655) y, por último, los abades Cataleno, Mauriano y Virbono, del monasterio de San Pedro, en Roma.
Entre estas diversas compilaciones de los cantos de la misa, sobre las cuales, en general, no tenemos otros testimonios históricos, la compilación de San Gregorio Magno tuvo un nombre y una importancia especialísima. Las dudas aparecidas recientemente sobre la realidad de la reforma gregoriana del antifonario, atribuido por la tradición litúrgica medieval a él, han sido victoriosamente discutidas por la crítica moderna gracias especialmente a las investigaciones de Morin. San Gregorio, al compilar su Antifonario centone, como lo designa su biógrafo Juan Diácono (+ 880? no intentó crear nuevas melodías, sino que de los textos melódicos preexistentes quitó lo que sobraba, reduciéndolos a una forma más ágil, siempre correcta artísticamente, y no despreciando, cuando ocurría, las adiciones oportunas.
Ipse, Patrum monumenta sequens, renovavit et auxit, dice el famoso prólogo Gregorius praesul, que se encuentra encabezando el cód. 339 de San Galo y la mayor parte de los antifonarios.
Desgraciadamente no nos ha llegado ningún ejemplar de antifonario contemporáneo a San Gregorio; pero existen numerosos manuscritos de los siglos IX y X, los cuales, aparte de las adiciones de los siglos VII-VIII, se pueden considerar como copias muy fieles del primitivo antifonario gregoriano. Las principales son: Para un estudio comparativo de los textos antifónicos de la misa según los manuscritos, tiene una gran importancia la publicación de R. J. Herbert Antiphonale missarum sextuplex (Bruselas 1935), donde se hallan colocados en columnas paralelas los textos del más antiguo testimonio del antifonario romano, es decir, el gradual de Monza, y los antifonarios de Rheinau, Mont Blandin, Compiégne, Corbie y Senlis.
Además del antiphonarium missae, la schola poseía un antiphonarium officii, que contenía la colección de las antífonas y responsorios que debían cantarse en la celebración del oficio nocturno (maitines, laudes). Un libro de esta clase existía ya en el tiempo de la Regla benedictina (c.526), y de ése se sirvió más tarde San Gregorio para compilar su antifonario en la parte que tocaba al oficio. Falta todavía un códice que se remonta hasta la época gregoriana; los manuscritos más antiguos presentan todos el antifonario en una forma muy diversa del original por la fusión del rito romano con los elementos galicanos, que tuvo lugar en la época de los carolingios. Recordaremos entre los más importantes: a) El Líber responsorialis de Compiégne antes citado, del siglo IX, editado por Tommasi y reproducido por PL 78, 726 ss. b) El antifonario de Hartker (cód.390-391), de San Galo, antes citado; siglos X-XI. c) El antifonario de San Pedro (Vatic. B.79), siglo XII; editado por Tommasi, Opera, t.4 p. 1-700; rico en particularidades propias de la basílica de San Pedro.
El "Exultet."
Merece una mención el libro de canto, propio del diácono, llamado Rotólo dell´Exultet. Era una tira de pergamino no muy ancha, pero muy larga, que contenía el praeconium del cirio pascual, que acostumbraba cantar el diácono en el Sábado Santo. En Italia, especialmente en las iglesias de Sur, se acostumbró decorar el texto con ricas miniaturas pintadas en el reverso de la escritura, de forma que, desenvolviendo el rollo, la parte miniada venía poco a poco a desplegarse delante del pueblo circunstante. El más antiguo es el de Barí, hacia el 1607. Famoso por la riqueza de las composiciones, que representan escenas evangélicas y alegóricas, es el rollo del Museo Británico (siglo XII; 0,28 m . de ancho y 7 m . de longitud); además el que se conserva en la basílica de San Mateo, en Salerno, escrito en tiempo del obispo Romualdo (+ 1181) (0,47 m . de ancho y 8,20 m . de largo) y usado todavía en la bendición del cirio. Otros ejemplares se conservan también en Pisa, Velletri, Mirabella, Gaeta, Capua, Sorrento, Foggia y Montecasino. El praeconium paschale ha llegado a nosotros en varias recensiones distintas e independientes entre sí, que son: a) La romana, transmitida a nosotros en la más antigua copia del sacramentario gregoriano (Vat. Reg. 332; siglo VIIl), pero ciertamente muy anterior, actualmente en uso general en la Iglesia latina. b) La gelasiana, contenida en el sacramentarlo gelasiano (MURATORI, Lit. Rom. Vet., I, 564. c) La ambrosiana, que, según Mercati, pudiera tener por autor al mismo San Ambrosio. d) La mozárabe, en forma métrica, del siglo VII. e) La Vetus ítala, en uso, según Bannister, en las iglesias italianas antes de los carolingios. Suplantado en esta época por el texto romano en la alta Italia, quedó en vigor en el Mediodía hasta el siglo XII y aún más tarde. Todas las recensiones tienen común el prólogo festivo Exultet iam angélica; cambian, sin embargo, el texto de la bendición propiamente dicha, manteniendo en general un desarrollo análogo de conceptos, entre los cuales está el característico elogio de las abejas y por último la commendatio a Dios de las diversas autoridades.
Otros libros subsidiarios del canto eran:
a) El processionale, que contenía las antífonas que debían cantarse durante las procesiones, que en la Edad Media eran mucho más numerosas que hoy. Publicaron ejemplares de los mismos J. Henderson, según un códice en uso en la catedral de Salisbury, y V. Legg, según las costumbres del monasterio femenino de Chester, en Inglaterra. Hay también una selección de antiguos cantos procesionales hecha por Dom Pothier y Dom Andoyer.
b) El prosarium o sequentiarum, destinado a recoger las secuencias que debían cantarse en la misa. Notker lo llama líber hymnorum, y muchas veces tales composiciones tomaron un puesto en el volumen de los himnos propiamente dichos, como ya dijimos.
c) El tropario, es decir, la colección de los tropos, o sea los que se insertaban entre los cantos propios de la misa, como los del Ordinarium. Publicaron un gran número de ellos (fexto solamente, sin canto), Blume y Bannister, Tropi graduales (Leipzig 1905-1916), dos volúmenes, y W. Frére, una colección del siglo XI, en uso en la catedral de Winchester, la mejor en su clase.
A veces las colecciones de las prosas y de los tropos formaban un solo volumen. Tal es, por ejemplo, el tropario-prosario de la abadía de San Martín de Montauriol (en Montauban), del siglo XI, con adiciones posteriores, editado por C. Daux.
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