Tomás H. Jerez

martes, 28 de diciembre de 2010

DIEZ MITOS SOBRE LA ARQUITECTURA RELIGIOSA CONTEMPORÁNEA

1.- El Concilio Vaticano II nos pide rechazar la arquitectura religiosa tradicional y diseñar nuevas iglesias en estilo moderno.

Este mito se basa más en lo que los Católicos Romanos han construido durante los últimos treinta años que en las enseñanzas de la Iglesia. Incluso para criterios profesionales, la arquitectura religiosa de la última década ha sido un desastre imposible de mitigar. Sin embargo los hechos a menudo cuentan más que las palabras, y se ha enseñado a los fieles que la Iglesia quiere que sus edificios sean abstracciones funcionales, porque eso es lo que se ha estado haciendo. Nada podría estar más lejos de las intenciones de los padres del Concilio, quienes pretendían claramente continuar con la excelencia histórica de la arquitectura Católica. Es más importante tener en mente que “no debe haber innovaciones a menos que la Iglesia las requiera de forma genuina y sincera, y debe tenerse en cuenta que cualquier nueva forma adoptada debería de alguna forma surgir orgánicamente de las formas preexistentes” (Sacrosantum Concilium).

De la misma forma que la teología Católica implica aprender del pasado, el diseño de arquitectura Católica se inspira e incluso cita la tradición y las expresiones perdurables en el tiempo de la arquitectura religiosa. El Concilio Vaticano II es claro al respecto, “La Iglesia no ha adoptado ningún estilo concreto como su propio arte. Ha admitido estilos de todas las épocas, de acuerdo con las características y condiciones naturales de las personas y las necesidades de los diversos ritos. Así, a lo largo de los siglos ha creado un tesoro artístico que debe preservarse con todo cuidado. El arte de nuestro propio tiempo de toda raza y nación debería tener eco en la Iglesia, permitiendo la reverencia y honor necesarios en los edificios y ritos sagrados. Así se nos permite unir esa voz al hermoso coro de oración en honor a la fe Católica que cantaron grandes hombres en edades pasadas” (Sacrosantum Concilium).

2.- Las nuevas iglesias deberían proyectarse de acuerdo al documento “Arte y Entorno en el culto Católico”, publicado por el Comité Episcopal para la Liturgia en 1977.

Debido a la ausencia de alternativas, este panfleto se ha convertido en una auténtica Biblia para muchas iglesias de nueva planta o restauradas. Este documento, que nunca fue votado por la Conferencia Episcopal Americana y no tiene peso canónico, se basa más en los principios de la arquitectura moderna que en las enseñanzas de la Iglesia Católica, o su patrimonio en arquitectura sacra. Se aprecia en esta debilidad un énfasis en el punto de vista congregacional de la Iglesia, un antagonismo para con la historia y la tradición, y una estridente iconoclasia. Debido a la controvertida naturaleza del documento el Comité Episcopal para la Liturgia está actualmente preparando una nueva versión esperanzadoramente mejorada.

3.- Es imposible que podamos construir iglesias hermosas hoy día.

Esto es como decir que es imposible que podamos tener santos en la Edad Contemporánea. Por supuesto que podemos y deberíamos construir iglesias hermosas otra vez. Vivimos en una era que ha enviado hombres a la luna y que invierte ingentes sumas de dinero en museos y estadios deportivos. Deberíamos ser capaces de construir edificios con la calidad de las Basílicas Paleocristianas o las Catedrales Góticas. La arquitectura secular reciente está siendo testigo de un renacimiento de la arquitectura, artesanía y construcción tradicionales. Hay un número creciente de jóvenes arquitectos con talento que proyectan edificios en la tradición clásica (muchos de los cuales estarían encantados de poder proyectar edificios sagrados). Los estudiantes de la Universidad de Notre Dame, formados en la tradición clásica, son fuertemente demandados por estudios de arquitectura y clientes particulares.

Habría que indicar a este respecto que desde 1970 se ha construido un buen número de iglesias que ejemplifican los principios de belleza, durabilidad y conveniencia: San Juan Capistrano en California, 1989; Catedral de Brentwood en Inglaterra, 1992; la Abadía Benedictina de Sainte Madeleine en Francia, 1989; la Iglesia de la Inmaculada Concepción en Nueva Jersey, 1996; la Iglesia de Azoia en Portugal, 1995; la Iglesia de Santa María en Texas, 1997; la Iglesia de Santa Inés en la Ciudad de Nueva York, 1997; el Oratorio de Pittsburg, 1996, etc.

4.- No podemos permitirnos construir iglesias hermosas hoy día. La Iglesia dispone de los fondos que tuvo antaño.

De hecho, los Católicos Romanos somos la confesión más solvente del país a día de hoy. Tenemos más centros y líderes cívicos que otros grupos religiosos. Nunca hemos sido más solventes, aunque nunca hemos construido iglesias tan baratas. Esto refleja las prioridades de donación americanas; de 1968 a 1995 los ingresos provenientes de donaciones particulares cayeron un 21%. El Pueblo de Dios necesita ser animado a contribuir a la construcción de casas de oración. Los obispos y diócesis deberían promover la máxima calidad antes que limitar los presupuestos. Los fieles deberían estar dispuestos a gastar más en la casa de Dios que en sus propias casas y construir con una calidad que exceda la de otros edificios públicos. Una historia de gran filantropía es la de la Iglesia del Espíritu Santo de Atlanta que recibió una generosa suma de dinero de unos cuantos feligreses permitiendo construir una elegante iglesia neorrománica de ladrillo a principio de la década de 1990. Otras parroquias, para construir iglesias dignas y hermosas, han decidido posponer las obras hasta recaudar fondos suficientes o bien han elegido construir por fases.

5.- El dinero que se gasta en las iglesias debería invertirse mejor en servir a los menos afortunados, alimentar al hambriento y educar a los jóvenes.

Si la iglesia fuera un simple punto de encuentro este punto de vista sería legítimo. Sin embargo, una iglesia hermosa es también una casa para los pobres, un lugar de alimento espiritual y un catecismo en piedra. La iglesia puede evangelizar mediante la expresión de la belleza, permanencia y trascendencia del Cristianismo. Más importante aún, la iglesia como edificio es la imagen del cuerpo de Nuestro Señor, y construyendo un lugar de culto nos convertimos en la mujer que untó el cuerpo de Cristo con precioso ungüento (Marcos 14:3-9).

6.- Las plantas en abanico, en las que todo el mundo puede ver la asamblea y estar cerca del altar, es la más apropiada para expresar la participación completa, activa y consciente del cuerpo de Cristo.

Este mito viene de la visión radical que considera la asamblea como símbolo primario de la iglesia. Mientras la planta en abanico es perfecta para teatros, salas de conferencias o incluso parlamentos, no es la planta adecuada para la liturgia. Irónicamente, el argumento empleado para usar estas plantas es para animar la participación, pues la planta semicircular se basa en las salas de entretenimiento. La planta en abanico no proviene de los escritos del Concilio Vaticano II, sino del teatro griego o romano. Hasta tiempos recientes nunca fue usada como modelo para iglesias católicas. De hecho, las primeras iglesias-teatro eran auditorios protestantes del siglo XIX proyectados para focalizar al predicador.

7.- El edificio de la iglesia debería proyectarse con noble simplicidad. Las capillas devocionales y las imágenes de los santos distraen de la liturgia.

Este principio ha sido usado para construir y restaurar iglesias de la forma más iconoclasta. El historiador del arte Winckelmann usó el término “noble simplicidad” hacia 1755 para describir la genuina obra de arte que combinaba elementos sensuales y espirituales a la vez que belleza e ideas morales en una forma sublime, que para él estaba en el arte griego. Así “noble simplicidad” no debe confundirse con el simple funcionalismo, minimalismo abstracto o cruda banalidad. El Concilio Vaticano II afirma que el arte sacro debería orientar las mentes devocionalmente hacia Dios y que “animando y favoreciendo el arte verdaderamente sacro, debería buscar la noble belleza antes que el artificio suntuoso”. La Instrucción General del Misal Romano (IGMR) afirma que “la decoración de la iglesia debería apuntar a la noble simplicidad antes que la ostentosa magnificencia”. La preocupación por las distracciones viene de la aversión moderna a las imágenes figurativas y al deseo de ser más didácticos que simbólicos. Pero el IGMR afirma que “los edificios para el culto divino deberían ser hermosos y simbólicos”. El Concilio Vaticano II afirma que “debe mantenerse la práctica de colocar las imágenes sagradas en las iglesias de forma que puedan ser veneradas por los fieles”. La IGMR dice que “desde los primeros días ha existido una tradición en la que las imágenes de Nuestro Señor, su Santa Madre y los Santos se colocaban en las iglesias para la veneración de los fieles”.

8.- La Iglesia Católica debería construir en la vanguardia más avanzada de su tiempo, tal y como ha hecho a lo largo de la historia.

Durante mil quinientos años, y hasta la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia Católica Romana era considerada el mejor mecenas del arte y la arquitectura. La Iglesia formó artistas y arquitectos cristianos que influenciaron la arquitectura secular. Sin embargo durante los últimos cincuenta años se han cambiado los papeles, y la Iglesia ha estado siguiendo la vanguardia de la cultura secular y a arquitectos que no han sido formados en una visión católica del mundo. Mientras antes el desarrollo de la arquitectura católica se inspiraba en la continuidad con las obras del pasado, el concepto moderno de “vanguardia” implica progreso a través de una ruptura continua con el pasado.

Los documentos eclesiásticos piden a los obispos animar y favorecer un arte verdaderamente sacro y embeber a los artistas “con el espíritu del arte sacro y la sagrada liturgia”. El reciente interés de los fieles en la arquitectura litúrgica indica que la Santa Madre Iglesia recupera su legítimo lugar como mecenas preeminente. En este sentido “siempre ha reivindicado el derecho a emitir su juicio sobre las artes, decidiendo qué obras están de acuerdo con la fe y la piedad, y pueden considerarse adecuadas para ueso sagrado. Además “los obispos deberían asegurarse cuidadosamente de que las obras de arte que son repugnantes a la fe, moral y piedad cristiana, y que ofenden la sensibilidad religiosa o las formas ya sea mediante formas depravadas, falta de mérito artístico, mediocridad o pretensión, sean retiradas de la casa de Dios y de otros lugares sagrados” (Sacrosantum Concilium).

9.- En el pasado, las iglesias se veían como Domus Dei o Casa de Dios, hoy hemos vuelto a la visión del Cristianismo temprano de la iglesia como Domus Ecclesia o Casa del Pueblo de Dios.

Se ha dicho que el Catolicismo no es una religión de “cualquier/o” sino de “ambos/y”. Contrasta con esto una visión antinómica derivada de la Ilustración, que argumenta que una iglesia no puede ser a la vez la casa de Dios y la casa de Su pueblo, quienes son miembros de Su cuerpo. Cuando se piensa en la iglesia simplemente como casa del Pueblo de Dios, se convierte en un gran salón horizontal o un auditorio. Estos dos nombres históricos, domus Dei y domus ecclesia, expresan dos naturalezas distintas pero complementarias de los edificios eclesiásticos como presencia de Dios y de la comunidad reunida por Dios. “Estas iglesias visibles no son simples lugares de reunión, pero dignifican y hacen visible la Iglesia viviente en ese lugar, la casa de Dios con hombres reconciliados y unidos en Cristo” (Catecismo).

10.- Como Dios está en todas partes, Él está tan presente tanto en una plaza de aparcamiento como en una iglesia. Es más, los edificios eclesiásticos no deberían verse más como lugares sagrados.

Esta es una idea contemporánea muy atractiva que tiene más que ver con la teología pop que con la tradición Católica. Desde el principio de los tiempos, Dios ha elegido encontrarse con Su pueblo en lugares sagrados. El “suelo sagrado” del Monte Sinaí se trasladó a la tienda en el desierto y al Templo de Jerusalén. Con el advenimiento del Cristianismo, los creyentes construyeron edificios específicos para la liturgia divina que reflejaran el templo celestial, el tabernáculo y otros lugares santos. En el Canon “el término iglesia significa un edificios sagrado destinado al culto divino al cual los fieles tienen derecho de acceso para el culto divino, especialmente en su ejercicio público”. Como un lugar aparte para la recepción de los sacramentos, la propia iglesia se vuelve sacramental teniendo como centro al sagrario, que significa lugar santo. Al igual que las ceremonias, los elementos como el altar y el ambón y los objetos artísticos son denominados sacros, también son sagrados los edificios proyectados para albergarlos. Por tanto intentar eliminar la distinción entre la iglesia como lugar sagrado para actividades sagradas es disminuir nuestra reverencia a Dios.


Traducción: Pablo Álvarez Funes
Fuente: Archivos de Arquitectura Sacra Volumen 1, 1998.

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