Desde siempre el arte ha acompañado e igualmente
expresado el más profundo sentimiento religioso del hombre, tornándose elemento
determinante en el proceso de ritualización del culto dentro de los distintos
pueblos. Arte y rito están, de esta manera, ligados entre sí; lo atestigua el
mismo arte prehistórico que ha llegado hasta nosotros en grafitos y obras
estéticas de toda índole y en todos los continentes.
El signo gráfico, modelado o arquitectónico, ha
servido al hombre para expresar lo inexpresable, ya por ser todavía
solamente fruto del deseo, ya por pertenecer al pasado y estar por tanto sólo
presente en el recuerdo, ya por ser realidad trascendente.
El grabado rupestre del animal perseguido por los
perros o herido por la flecha mortal, que se adelantan a la acción misma del
hombre, es acto religioso, propiciatorio; la máscara o maquillaje que
transforman el rostro y el cuerpo del hombre encarnan el espíritu y lo hacen
presente; el cipo consagrado con óleo y clavado en tierra testimonia el
sentimiento religioso del fiel; finalmente, también el lugar o cualquier otra
realidad natural que asume las características de originalidad, grandiosidad,
belleza o impenetrabilidad es signo manifestativo de la presencia divina.