Tomás H. Jerez

miércoles, 8 de febrero de 2012

FUERZA DE COHESIÓN EN EL CUERPO MÍSTICO

La LH es la única oración que tiene un equivalente, sustancialmente semejante, en todas las confesiones cristianas. Todas las iglesias orientales tienen su oficio divino, con denominaciones y estructuras propias ciertamente, pero organizado casi siempre con la salmodia, los textos bíblicos, oraciones tradicionales y, sobre todo, siguiendo el carácter horario de santificación de las horas. Los hermanos separados de Occidente, aun no aceptando toda la doctrina sobre la eucaristía, los sacramentos y los sacramentales de la iglesia romana y rechazando en general gran parte de sus ejercicios piadosos, tienen un oficio divino vinculado en diferente medida al oficio divino de la tradición antigua común. Según esto, en el plano de la alabanza eclesial a Dios se encuentra cierta unidad, nunca rota, que es obra del Espíritu Santo, principio unificante (LG 7; 13).

EL ROL DEL LECTOR EN LA IGLESIA

Los primeros cristianos se reunían para escuchar la Palabra de Dios y desde el principio, ha habido personas encargadas de leer la Palabra de Dios. El rol del lector ha cambiado con el tiempo, pero es importante conocer algo de la historia de los lectores para entender más sobre el trabajo de un lector hoy en día.
Ordenes Menores
La Iglesia ha tenido desde sus inicios órdenes menores, responsables de llevar a cabo los diversos ministerios litúrgicos. Estas órdenes eran necesarias para llevar acabo diferentes funciones ministeriales en la Santa Misa. Con el tiempo estas órdenes se convirtieron en las primeras ordenaciones que los seminaristas tenían en su proceso de formación antes de la ordenación sacerdotal. En 1971, el Papa Pablo VI cerró las órdenes menores y creo los ministerios del lectorado y acolitado, estos ministros ya no eran ordenados, sino encargados, de manera que los obispos conseguían a personas con talentos especiales encomendándoles permanentemente para el puesto.



LITURGIA TERRENA E LITURGIA CELESTE

Essendo azione eminentemente "ecclesiale", anche la Liturgia partecipa di quelle che sono le prerogative della Chiesa: “è umana e divina, visibile ma dotata di realtà invisibili, fervente nell'azione ma dedita alla contemplazione, presente nel mondo e, tuttavia, pellegrina; e tutto questo, però, in modo tale che quanto in essa è umano sia ordinato e subordinato al divino, il visibile all'invisibile, l'azione alla contemplazione, il presente alla città futura alla quale tendiamo” (SC 2).
Ecco perché nella Liturgia che noi celebriamo qui sulla terra già partecipiamo, pregustandola, alla Liturgia celeste che viene celebrata nella santa Gerusalemme dove il Cristo siede alla destra di Dio quale ministro del santuario e del vero tabernacolo (cf Ap 21,2; Col 3,1; Eb 8,2).