Como ya se ha recordado, «sólo
el sacerdote válidamente ordenado es ministro capaz de confeccionar el
sacramento de la Eucaristía, actuando in persona Christi». De donde el
nombre de «ministro de la Eucaristía» sólo se refiere, propiamente, al
sacerdote. También, en razón de la sagrada Ordenación, los ministros ordinarios
de la sagrada Comunión son el Obispo, el presbítero y el diácono, a los que
corresponde, por lo tanto, administrar la sagrada Comunión a los fieles laicos,
en la celebración de la santa Misa. De esta forma se manifiesta adecuada y
plenamente su tarea ministerial en la Iglesia, y se realiza el signo del sacramento.
Además de los ministros
ordinarios, está el acólito instituido ritualmente, que por la institución es
ministro extraordinario de la sagrada Comunión, incluso fuera de la celebración
de la Misa. Todavía, si lo aconsejan razones de verdadera necesidad, conforme a
las normas del derecho, el Obispo diocesano puede delegar también otro fiel
laico como ministro extraordinario, ya sea para ese momento, ya sea para un
tiempo determinado, recibida en la manera debida la bendición. Sin embargo,
este acto de designación no tiene necesariamente una forma litúrgica, ni de
ningún modo, si tiene lugar, puede asemejarse la sagrada Ordenación. Sólo en
casos especiales e imprevistos, el sacerdote que preside la celebración
eucarística puede dar un permiso ad actum.
Este ministerio se entienda
conforme a su nombre en sentido estricto, este es ministro extraordinario de la
sagrada Comunión, pero no «ministro especial de la sagrada Comunión», ni «ministro
extraordinario de la Eucaristía», ni «ministro especial de la Eucaristía»; con
estos nombres es ampliado indebida e impropiamente su significado.
Si habitualmente hay número
suficiente de ministros sagrados, también para la distribución de la sagrada
Comunión, no se pueden designar ministros extraordinarios de la sagrada
Comunión. En tales circunstancias, los que han sido designados para este
ministerio, no lo ejerzan. Repruébese la costumbre de aquellos sacerdotes que,
a pesar de estar presentes en la celebración, se abstienen de distribuir la
comunión, encomendando esta tarea a laicos.
El ministro extraordinario de
la sagrada Comunión podrá administrar la Comunión solamente en ausencia del
sacerdote o diácono, cuando el sacerdote está impedido por enfermedad, edad
avanzada, o por otra verdadera causa, o cuando es tan grande el número de los
fieles que se acercan a la Comunión, que la celebración de la Misa se
prolongaría demasiado. Pero esto debe entenderse de forma que una breve
prolongación sería una causa absolutamente insuficiente, según la cultura y las
costumbres propias del lugar.
Al ministro extraordinario de
la sagrada Comunión nunca le está permitido delegar en ningún otro para
administrar la Eucaristía, como, por ejemplo, los padres o el esposo o el hijo
del enfermo que va a comulgar.
El Obispo diocesano examine de
nuevo la praxis en esta materia durante los últimos años y, si es conveniente,
la corrija o la determine con mayor claridad. Donde por una verdadera necesidad
se haya difundido la designación de este tipo de ministros extraordinarios,
corresponde al Obispo diocesano, teniendo presente la tradición de la Iglesia,
dar las directrices particulares que establezcan el ejercicio de esta tarea,
según las normas del derecho.
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