Los presbíteros, como
colaboradores fieles, diligentes y necesarios, del orden Episcopal, llamados
para servir al Pueblo de Dios, constituyen un único presbiterio con su Obispo,
aunque dedicados a diversas funciones. En cada una de las congregaciones
locales de fieles representan al Obispo, con el que están confiada y
animosamente unidos, y toman sobre sí una parte de la carga y solicitud
pastoral y la ejercen en el diario trabajo. Y, por esta participación en el
sacerdocio y en la misión, los presbíteros reconozcan verdaderamente al Obispo
como a padre suyo y obedézcanle reverentemente. Además, preocupados
siempre por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo
pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia.
Grande es el ministerio que en
la celebración eucarística tienen principalmente los sacerdotes, a quienes
compete presidirla in persona Christi, dando un testimonio y un servicio
de comunión, no sólo a la comunidad que participa directamente en la
celebración, sino también a la Iglesia universal, a la cual la Eucaristía hace
siempre referencia. Por desgracia, es de lamentar que, sobre todo a partir de
los años de la reforma litúrgica después del Concilio Vaticano II, por un
malentendido sentido de creatividad y de adaptación, no hayan faltado abusos,
que para muchos han sido causa de malestar.
Coherentemente con lo que
prometieron en el rito de la sagrada Ordenación y cada año renuevan dentro de
la Misal Crismal, los presbíteros presidan con piedad y fielmente la
celebración de los misterios de Cristo, especialmente el sacrificio de la
Eucaristía y el sacramento de la reconciliación. No vacíen el propio ministerio
de su significado profundo, deformando de manera arbitraria la celebración
litúrgica, ya sea con cambios, con mutilaciones o con añadidos. En efecto, dice
San Ambrosio: No en si, [...] sino en nosotros es herida la Iglesia. Por lo
tanto, tengamos cuidado para que nuestras caídas no hieran la Iglesia. Es
decir, que no sea ofendida la Iglesia de Dios por los sacerdotes, que tan
solemnemente se han ofrecido, ellos mismos, al ministerio. Al contrario, bajo
la autoridad del Obispo vigilen fielmente para que no sean realizadas por otros
estas deformaciones.
Esfuércese el párroco para que
la santísima Eucaristía sea el centro de la comunidad parroquial de fieles;
trabaje para que los fieles se alimenten con la celebración piadosa de los
sacramentos, de modo peculiar con la recepción frecuente de la santísima
Eucaristía y de la penitencia; procure moverles a la oración, también en el
seno de las familias, y a la participación consciente y activa en la sagrada
liturgia, que, bajo la autoridad del Obispo diocesano, debe moderar el párroco
en su parroquia, con la obligación de vigilar para que no se introduzcan abusos.
Aunque es oportuno que las celebraciones litúrgicas, especialmente la santa
Misa, sean preparadas de manera eficaz, siendo ayudado por algunos fieles, sin
embargo, de ningún modo debe ceder aquellas cosas que son propias de su
ministerio, en esta materia.
Por último, todos los
presbíteros procuren cultivar convenientemente la ciencia y el arte litúrgicos,
a fin de que por su ministerio litúrgico las comunidades cristianas que se les
han encomendado alaben cada día con más perfección a Dios, Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Sobre todo, deben estar imbuidos de la admiración y el estupor
que la celebración del misterio pascual, en la Eucaristía, produce en los
corazones de los fieles.
REDEMPTIONIS
SACRAMENTUM
No hay comentarios.:
Publicar un comentario