El origen de la bendición de los santos óleos y del
sagrado crisma es de ambiente romano, aunque el rito tenga huella galicana.
Parece que hasta el final del s. VII, la bendición de los óleos se hacía
durante la cuaresma, y no el jueves santo. El haberla fijado en este día no se
debe al hecho de que el jueves santo sea el día de la institución de la
eucaristía, sino sobre todo a una razón práctica: poder disponer de los santos
óleos, sobre todo del óleo de los catecúmenos y del santo crisma, para la celebración
de los sacramentos de la iniciación cristiana durante la vigilia pascual. Sin
embargo, no se debe olvidar que este motivo de utilidad no resta nada a la
teología de los sacramentos, que los ve a todos unidos a la eucaristía.
No es ésta la ocasión de hacer la historia del rito de
la bendición de los santos óleos. Recordemos solamente que, "según la
costumbre tradicional de la liturgia latina, la bendición del óleo de los
enfermos se hace antes de finalizar la plegaria eucarística; la bendición del
óleo de los catecúmenos y la consagración del crisma tiene lugar después de la comunión.
Pero por razones pastorales no se puede hacer también el rito de la bendición
después de la liturgia de la palabra, observando el orden que se describe más
adelante" (Misa crismal del jueves santo, nn. 11-12, en Ritual
de Ordenes, apéndice II).
De cualquier modo que se haga la bendición de los
óleos, inmediatamente después de la homilía del obispo tiene lugar la
renovación de las promesas sacerdotales (Misal Romano, jueves santo,
misa crismal).
Esta solemne liturgia se ha convertido en ocasión para
reunir a todo el presbiterio alrededor de su obispo y hacer de la celebración una
fiesta del sacerdocio. Los textos bíblicos y eucológicos de esta misa
manifiestan y recuerdan esta realidad. Aparece así, junto con el compromiso de
fidelidad de los presbíteros a su misión sacerdotal, la naturaleza profética
del sacerdocio ministerial del NT, llamado, como Cristo, "a evangelizar a
los pobres, a predicar a los cautivos la liberación y a los ciegos la recuperación
de la vista, a libertar a los oprimidos, y a promulgar un año de gracia del Señor"
(Le 4,18). Si el ministerio presbiteral está unido esencialmente a la
eucaristía, es también verdad que este ministerio se ordena a la eucaristía
ante todo con el anuncio del evangelio, y encuentra en ella toda la amplitud y
profundidad de su dimensión profética.
De A. Bergamini
Nuevo Diccionario de Liturgia – Ediciones Paulinas
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