Celebración del oficio divino es sobre todo la
realizada por una asamblea litúrgica, legítimamente convocada y que actúa bajo
la presidencia de un ministro ordenado, con la participación de otros ministros
y con una ejecución orgánica y articulada, de forma que sea auténtica expresión
sensible de la iglesia, comunidad de culto (OGLH 20).
La celebración más cualificada es la que se realiza
con la participación plena y activa del pueblo bajo la presidencia del propio
obispo, acompañado por los presbíteros y por los ministros. En ella está
verdaderamente presente la iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica
(SC 41; OGLH 20; 254). Si el que preside la celebración fuese el
papa, rodeado de muchos obispos, presbíteros y otros ministros con la
participación numerosa y activa del pueblo, brillaría todavía con más claridad
el signo de la iglesia universal; pero, obviamente, esto no puede suceder más que
de tarde en tarde, mientras que en las iglesias locales podría ser diaria o poco
menos la asamblea presidida por el obispo o por un representante suyo con la
intervención activa del clero y del pueblo, aunque limitado a grupos
restringidos.
Un puesto eminente tiene la celebración de la
comunidad parroquial presidida por el párroco, que hace las veces del obispo.
También ella representa en cierto modo a la iglesia visible establecida por
toda la tierra (OGLH 21). La iglesia orante que celebra la LH está
presente también en las asambleas de los canónigos, de los sacerdotes, de los
monjes y de los religiosos; pero lo está en modo notable también en la de los
laicos, e incluso en las celebraciones de familia (OGLH 21-27).
Las formas de celebración deben estar en conexión y
coherencia con el tipo de asamblea que celebra, de modo que la manifestación de
la iglesia entera se produzca con verdad y autenticidad.
El principio fundamental de la celebración es que cada
uno permanezca en perfecta armonía con el propio cometido según la naturaleza
del rito, del propio ministerio y de todas las normas litúrgicas, sin
usurpaciones, abdicaciones y autoseparaciones de la comunión eclesiástica; es
decir: que cada uno haga todo y sólo lo que le corresponde, de acuerdo con quien
ha sido puesto por Dios para dirigir la iglesia (SC28; OGLH 253). Una
celebración arbitraria es una liturgia Falsa.
El que preside es siempre en cierto modo símbolo
visible de Cristo, verdadero presidente de cualquier asamblea litúrgica. Si es
obispo, sacerdote o diácono, es el más cualificado para representar a Cristo,
en cuanto que participa, mediante la ordenación (sacerdotal) y en un grado superior,
de su sacerdocio. Por eso, en principio, sería bueno que fueran ministros
ordenados los que presidieran la LH. En su ausencia, también un laico
puede presidir; pero lo hace como uno entre iguales, y no puede hacerlo desde
el presbiterio (OGLH 258).
Al presidente le corresponde entonar el versículo
introductorio y el padrenuestro, recitar la oración final y, si es
sacerdote o diácono, dirigir el saludo a la asamblea y dar la bendición (OGLH
256).
Las demás partes han de distribuirse entre salmistas,
cantores, lectores (OGLH 259-260), monitor, maestro de ceremonias y
otros ministros, en analogía con otras acciones litúrgicas (cf OGLH 254;
257; 261). Tomarán las posiciones y las posturas más adecuadas.
Las invocaciones y las intercesiones, si no las
enuncia el presidente, puede hacerlo otra persona (OGLH 257).
El canto es la manera que mejor cuadra a la
celebración, especialmente por lo que se refiere a los himnos, los salmos y los
cánticos con las respectivas antífonas y responsorios (OGLH 103; 260;
269; 277). El canto no es sólo un elemento de solemnidad, sino un importante
factor de cohesión de los corazones y de las voces; además potencia el carácter
comunitario de la alabanza (OGLH 268-270). El canto, sabiamente unido con
otras formas, sirve también para poner de relieve los géneros diversos de los
componentes del oficio, y por tanto hace entrar mejor en el espíritu de cada
una de las partes (OGLH 269; 273).
En la celebración solemne, realizada en la iglesia,
los ministros ocupan su puesto en el presbiterio, llevando los ornamentos
oportunos, a saber: el sacerdote o el diácono pueden revestirse de estola sobre
el alba; quien lleva vestido talar, sobre la sobrepelliz; el primero, también
la capa pluvial (OGLH 255). Los demás ministros se revestirán de la
forma apropiada.
Si se usa el incensario, mientras se ejecuta el
cántico evangélico se inciensa el altar, al sacerdote y al pueblo (OGLH 261).
Hay que cuidar también la postura de la asamblea: de
pie, en la introducción del oficio, en el cántico evangélico con la antífona
correspondiente, en las invocaciones e intercesiones, en el padrenuestro y
en la oración conclusiva con la bendición y la despedida (OGLH 263). En
la salmodia en España (según una costumbre difundida) si está sentado, salvo
usos particulares (cf OGLH 265).
Entre los gestos que hay que hacer se encuentran la
señal de santiguarse en el versículo inicial y al comienzo de los tres cánticos
evangélicos. En la fórmula "Señor, ábreme los labios" se hace la
señal de la cruz sobre los labios (OGLH 266).
Las posturas y los gestos
son una prueba de la capacidad de la asamblea de expresar la unidad, la compostura,
el espíritu comunitario y la participación interior en la acción litúrgica.
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