Tomás H. Jerez

viernes, 18 de marzo de 2011

LA LITURGIA COMO HÁBITAT DEL ARTE SACRA

Belleza y sacralidad, en su íntimo conectarse es un requisito indispensable de la realidad litúrgica. La liturgia constituye la "materia” que postula una información de belleza para corresponder plenamente  al propio mandato cultual. El arte sacra no inventa sus contenidos, sino que los encuentra en la liturgia. No invita tampoco el esquema de la estructura que elabora con genialidad creativa, porque este emerge de las exigencias rituales.  El arte infunde belleza en las cosas sacras. Arte y liturgia encarnan el sacro cristiano.  Contenidos, estructuras, códigos rituales y universo simbólico asumen, en un contexto sacro, el esplendor y aquella noble dignidad espiritual, que son los requisitos esenciales del culto en espíritu y verdad. El arte preserva la res de su reducción a signo funcional. En su ser metáfora del “invisible”, legitima el universo simbólico y hace más evidente el ejercicio de los objetos dejando transparentar en ellos el misterio del sacro. Es decir, hace las “cosas” verdaderamente cultuales y signos lingüísticos abiertos al trascendente.
En detalle la liturgia es el habitad “normal” del arte cristiano. De facto la mayor parte de los bienes artísticos tienen proveniencia cultual o están íntimamente conectados sea culturalmente sea históricamente a los acontecimientos litúrgicos. La misma arte devocional privada es extensión del culto público hecho doméstico. De iure se pueden subrayar dos aspectos: En primer lugar el momento sacro por excelencia es el celebrativo litúrgico, por el cual todo lo necesario para el rito goza legítimamente del apelativo de sacro, en segundo lugar el contenido del arte cristiano evoca al mysterium salutis, cuya actuación en el tiempo se da a través del culto divino. El arte, de esta forma, expresa el misterio pascual en el hodie litúrgico.
La liturgia dice “connaturalidad” con el arte sacra. Ambos piden un ascesis, un fatigoso itinerario de perfección; ambos rescatan el hacer libre del hombre, introducen al individuo en la propia dimensión espiritual y lo empujan a la búsqueda de significados totalizantes, connaturalmente dicen profundidad, desinterés, gratuidad, don. Liturgia y arte son epifanía del divino y confirman la posibilidad concedida al creyente de participar a los destinos trinitarios a través de la fuerza creadora y la eficacia de la oración. El arte desplega en este sentido “Palabra de Dios” “y Tradición”. Una y la otra son exégesis del sacro revelado. De un punto de vista teológico se puede revelar una sobre posición de fines. Las dos actividades se fundan sin confundirse porque aquello que la liturgia actúa “mistéricamente” el arte lo hace perenne “místicamente”.
Siendo la liturgia el culmen hacia el cual tiende la acción de la Iglesia, el arte sacra encuentra en ella su habitad “óptimo”. La riqueza de contenido que se da en los misterios litúrgicos pide esplendor de formas. El arte liberal elevando el espíritu mueve al culto por medio del deseo de la belleza: un pulchrum que encuentra su perfección en el hacer resplandecer las formas de un bien religioso y cultural. Este «está más orientado a Dios y al incremento de su alabanza y de su gloria, cuando no se le asigna ningún otro fine, sino de contribuir, lo más eficazmente posible, con sus obras, a mover las mentes de los hombres a Dios». Liturgia y arte expresan los significados más íntimos del vivir cristiano. Si la liturgia es alma del arte, el arte (y todo el conjunto de los bienes culturales conectados con ella) es el vestido del culto.
Liturgia y arte son modos de hacer cultura y de reunir los diversos universos formales de la religión y de la creación artística. «Santos y artistas convergen en Dios, en la profundidad de la divina participación, pero en proporciones, en correspondencia o mejor en analogía paralelas y distintas». Madura entre las dos realidades una interrelación reciproca. A través del culto se actúan las potencialidades expresivas y artísticas del hombre que encuentra en Dios la matriz de su ser y de hacer. Se compenetran el valor universal de la dimensión salvífica y el hecho que esta es celebrada en un tiempo y espacio precisos, los cuales deben tutelar la grandeza del evento celebrado. Hay una convergencia objetiva porque ambas rescatan al hombre en su dimensión de santificación y éxtasis, de creación y fruición. Sus protagonistas –los poetas y los santos- concuerdan «en advertir la presencia de una realidad espiritual, y en no poner satisfacción en la naturaleza o en el fijar en la materia la propia participación o imitación. El poeta en un plano natural, el santo o el profeta en un plano sobrenatural se elevan hacia lo eterno».
Liturgia y arte son fundamentalmente complementarios. Representan la respuesta del hombre a los dones de la gracia que provienen de Dios creador y redentor. Por consecuencia no se trata tanto de “liturgizar” el arte y de “artistizar” la liturgia, sino de hacer una liturgia que dé al arte la libertad de infundir a los ritos y las estructuras cultuales la belleza de la cual es mediadora.
Liturgia y arte son hermanas y deben necesariamente ponerse de acuerdo. No obstante que su convivencia no sea fácil de actuarse porque la dialéctica entre criterios artísticos y teológicos reposa, por lo general, sobre cuadros ideológicos diversos. Además los operadores singulares, no siempre, pueden jactarse de un reciproco conocimiento por el cual el diálogo que deriva no es idóneo para atemperar la desigualdad de los intereses y de las posiciones en juego.

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