Porque existe una estrecha relación entre la imagen y el símbolo, y entre el mundo visible y el invisible, es lógico y justificado anunciar el misterio de Dios sirviéndose de imágenes simbólicas. Se comprende así el florecer, a lo largo de los siglos, de la iconografía cristiana, donde el intento evangelizador y catequético es acompañado y estrechamente ligado al aspecto pictórico y estético. A través de las imágenes se transcribe el mensaje evangélico, que la Sagrada Escritura transmite a través de la palabra. «De la secular tradición conciliar aprendemos que también las imágenes es predicación evangélica».
La historia nos enseña que los cristianos, para anunciar el mensaje evangélico y catequizar las personas, han utilizado de modo particular la Biblia pauperum, es decir las imágenes, de los catecismos visivos, catecismos hechos de imágenes y de representaciones iconográficas, presentes con anterioridad a los catecismos escritos.
Imágenes y palabras se iluminan mutuamente. El arte habla siempre, por lo menos implícitamente, del divino, de la belleza infinita de Dios, reflejada en la icona por excelencia: Cristo Señor, Imagen del Dios invisible.
Las imágenes sagradas, con su belleza, son también ellas anuncio evangélico y expresan el esplendor de la verdad católica, mostrando la suprema armonía entre lo bueno y lo bello, entre la via veritatis y la via pulchritudinis. Mientras testimonian la secular y fecunda tradición del arte cristina, invitando a todos, creyentes y no creyentes, al descubrimiento y a la contemplación del fascinación sin límites del misterio de la Redención , dando siempre nuevo impulsos al vivaz proceso de su inculturación en el tiempo.
Son una forma particular de catequesis popular, libros abiertos sin palabras,, un puente entre la fe y el misterio, mientras adornamos y decoramos los espacios sacros, los hacemos más acogedores y aptos para la oración.
El arte y la iconografía cristina, además se ser instrumentos al servicio de la evangelización y de la catequesis, son siempre una invitación a la oración: «la belleza y el color de las imágenes son un estímulo para mi oración. Es una fiesta para mis ojos, así como el espectáculo de las campanas abre mi corazón para dar gloria a Dios». La contemplación de las sagradas imágenes, unida a la escucha de la Palabra de Dios, ayudan a expresar en la memoria del corazón el misterio que es percibido. Transforma la contemplación en oración y da las fuerzas para testimoniar la novedad de vida, que proviene de la fe cristiana, que tiene su centro en Cristo.
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