Tomás H. Jerez

jueves, 6 de enero de 2011

SILENCIO

El silencio, precediendo, interrumpiendo o prolongando la *palabra, ilumina a su manara el diálogo entablado entre Dios y el hombre.

1. El silencio de Dios.

Antes de que el hombre oyera la palabra, «la palabra estaba en Dios» (Jn 1,1); luego vino la «*revelación de un *misterio envuelto en el silencio en los siglos eternos» (Rom 16,25). Esta maduración secreta de la palabra se expresa en el tiempo por la predestinación de los *elegidos : aun antes de hablarles los *conoce Dios desde el seno materno (Jer 1,5; cf. Rom 8,29). Hay, sin embargo, otro silencio de Dios, que no parece ya cargado de un misterio de amor, sino grávido de la *ira divina. Para inquietar a su pueblo pecador no habla Dios ya por sus profetas (Ez 3,26). ¿Por qué Dios, después de haber hablado tantas veces y con tanto *poder, se ralla ante el triunfo de la impiedad (Hab 1,13) y no responde ya a la *oración de Job {Job 30,20) ni a la de los salmistas (Sal 83,2; 109,1)? Para Israel que quiere *escuchar a su Dios, este silencio es un *castigo (Is 64,11); significa el alejamiento de su Señor (Sal 35,22); equivale a una cesación de la palabra (cf. Sal 28,1); anuncia el «silencio» del seol, donde Dios y el hombre no se hablan ya (Sal 94,17; 115, 17). Sin embargo, el diálogo no se ha interrumpido definitivamente, pues el silencio de Dios puede ser también un reflejo de su *paciencia en los días de infidelidad de los hombres (Is 57,11).


1.      El silencio del hombre.

«Hay tiempo de callar y tiempo de hablar» (Ecl 3,7). Esta máxima se puede entender a diferentes grados de profundidad. En la sucesión de los días el silencio puede significar la indecisión (Gén 24,21), la aprobación (Núm 30, 5-16), la confusión (Neh 5,8), el miedo (Est 4,14); el hombre acentúa su libertad reteniendo su *lengua para evitar la falta (Prov 10,19), sobre todo en medio de palabrerías o de juicios inconsiderados (Prov 11,12s; 17, 28; cf. Jn 8,6).
Por encima de esta sabiduría que pudiera parecer puramente humana, es Dios quien funda en el hombre los tiempos del silencio y de la palabra. El silencio delante de Dios traduce la *vergüenza después del pecado (Job 40,4; 42,6; cf. 6,24; Rom 3,19; Mt 22,12) o la *confianza en la salvación (Lam 3,26; Éx 14,14); significa que ante la injusticia de los hombres, Cristo, como *fiel *siervo (ls 53,7), puso su causa en manos de Dios (Mt 26,63 p; 27,12.14 p). Pero en otras circunstancias dejar absolutamente de hablar sería falta de *orgullo y omitir la *confesión de Dios (Mt 26,64 p; Act 18,9; 2Cor 4,13): entonces no es posible callarse (Jer 4,19; 20,9; Is 62,6; Lc 19,40).
Finalmente, cuando Dios va a *visitar al hombre la tierra guarda silencio (Hab 2,20; Sof 1,7; Is 41,1; Zac 2,17; Sal 76,9; Ap 8,1); una vez que ha venido, un silencio de temor o de respeto significa la *adoración del hombre (Lam 2,10; Éx 15, 16; Lc 9,36). El diálogo con Dios se completa con el *reposo colmado en la *humildad (Sal 131,2) y con la meditación de las cosas de Dios (cf. Lc 2,19.51).

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