Nadie en este mundo ha visto ni puede *ver a Dios Padre: se da a conocer en sus imágenes (cf. Jn 1,18). Antes de la revelación plenaria que hace de sí mismo a través de la imagen por excelencia que es su Hijo Jesucristo. comenzó en la antigua alianza a hacer brillar ante los hombres su *gloria reveladora. La *sabiduría de Dios, «pura emanación de su gloria)) e «imagen de su excelencia» (Sab 7,25s), revela ya ciertos aspectos de Dios; y el *hombre, creado con el poder de dominar la naturaleza y gratificado con la inmortalidad, constituye ya una imagen viva de Dios. Sin embargo, la prohibición de las imágenes en el *culto de Israel expresaba como en negativo lo serio de este título dado al hombre y preparaba por vía negativa la venida del hombre Dios, única imagen en la que se revela plenamente el Padre.
I. LA PROHIBICIÓN DE LAS IMÁGENES.
Este precepto del decálogo (Dt 27, 15; Éx 20,4; Dt 4,9-28), aunque aplicado con más o menos rigor en el transcurso de los siglos, constituye un hecho fácil de justificar cuando se trata de los falsos dioses (*ídolos), pero más difícil de explicar cuando se trata de las imágenes de Yahveh. Los autores sagrados no pretenden reaccionar principalmente contra una representación sensible, habituados como estaban a los antropomorfismos, sino que más bien quieren luchar contra la magia idolátrica y preservar la trascendencia de *Dios. Dios manifiesta su gloria no ya a través de los becerros de oro (Éx 32; IRe 12,26-33) y de las imágenes hechas de mano de hombre, sino a través de las obras de su *creación (Os 8,5s; Sab 13; Rom 1,19-23); ni tampoco se deja Dios conmover por medio de imágenes de que el hombre dispone a su talante, sino libremente, a través de los corazones, por la sabiduría, por su Hijo, ejerce su acción salvadora.
II. EL HOMBRE, IMAGEN DE DIOS.
AT. El peso de esta expresión no viene tanto de la palabra misma, empleada ya a propósito de la creación del hombre en los poemas babilónicos y egipcios, cuanto del contexto general del AT: el *hombre está hecho a imagen no de un dios, concebido también a imagen del hombre, sino de un Dios de tal manera trascendente que está prohibido hacer su imagen; sólo Dios puede aspirar a este título que expresa su más alta dignidad (Gén 9,6).
Según el relato de Gén 1, ser a imagen de Dios, a su semejanza, comporta el poder de dominar sobre el mundo de las criaturas (Gén 1,26ss) y también, a lo que parece, el poder, si ya no de crear, por lo menos de procrear seres vivos a imagen de Dios (Gén 1,27s; 5,lss; cf. Le 3,38). Los textos del AT desarrollan ordinariamente el primer tema, el del dominio (Sal 8; Eclo 17). Al mismo tiempo la imagen de Dios, ya se utilice o no explícitamente en los textos, se enriquece con puntualizaciones y complementos. En el Sal 8 parece identificarse con un estado de «gloria y de esplendor», «poco inferior (al) de un ser divino)). En Sab 2,23, el hombre no es ya solamente «a» imagen de Dios, expresión imprecisa que dejaba la puerta abierta a ciertas interpretaciones rabínicas, sino que es propiamente «imagen» de Dios. Finalmente, en este mismo pasaje se ha hecho explícito un elemento importante de semejanza entre Dios y el hombre, a saber, la inmortalidad. El judaísmo alejandrino (cf. Filón) por su parte distingue dos creaciones según los dos relatos del Génesis: sólo el hombre celestial es creado a imagen de Dios, mientras que el hombre terrenal es sacado del polvo. Esta especulación sobre los dos Adanes será reasumida y transformada por san Pablo (lCor 15).
NT. No sólo el NT aplica diferentes veces al hombre la expresión «imagen de Dios» (ICor 11,7; Sant 3,9), sino que con bastante frecuencia utiliza y desarrolla el tema. Así el mandamiento de Cristo : «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48) aparece como una consecuencia y una exigencia de la doctrina del hombre, imagen de Dios. Lo mismo se puede decir de un ágrafon de Cristo referido por Clemente de Alejandría: «ver a tu hermano es ver a Dios», convicción que impone el respeto del prójimo (Sant 3,9; cf. Gén 9,6) y funda nuestro amor para con él: ((El que no ama a su hermano, al que ve, no amará a Dios, al que no ve)) (1Jn 4,20). Pero esta imagen imperfecta y pecadora que es el hombre, exige una superación, esbozada ya en la sabiduría viejotestamentaria y realizada por Cristo.
III. LA SABIDURÍA , IMAGEN DE LA EXCELENCIA DE DIOS.
El hombre no es sino una imagen imperfecta; la sabiduría, por el contrario, es «un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de la excelencia de Dios» (Sab 7,26). Como ésta existe «desde el principio, antes del origen de la tierra» (Prov 8,23), se puede decir que dirigió la creación del hombre. Así se comprenden ciertas especulaciones del judaísmo alejandrino, de las que se hallan ecos en Filón. Para éste, la imagen de Dios, que es el logos, es el instrumento de que Dios se sirvió en la creación, el arquetipo, el ejemplar, el principio, el hijo primogénito, conforme al cual creó Dios al hombre.
IV. CRISTO, IMAGEN DE DIOS.
Esta expresión se halla sólo en las epístolas de Pablo. Sin embargo, la idea no está ausente del evangelio según san Juan. Entre Cristo y el que le envía, entre el *Hijo único que revela a su Padre y el *Dios invisible (Jn 1,18) hay una unión tal (Jn 5, 19; 7,16; 8,28s; 12,49) que supone algo más que una mera delegación : la *misión de Cristo rebasa la de los *profetas, teniendo afinidad con la de la *palabra y de la *sabiduría divina; supone que Cristo es un reflejo de la gloria de Dios (Jn 17, 5.24); supone entre Cristo y su Padre una semejanza que se expresa claramente en esta afirmación, en la que hallamos, si ya no la palabra, por lo menos el tema de la imagen : «El que me ha visto, ha visto al Padre» (Jn 14,9).
San Pablo, aunque utiliza a propósito del hombre la doctrina del Génesis (1Cor 11,7), sabe también cuando se presenta el caso servirse de las interpretaciones rabínicas y filónicas del doble *Adán, que aplica aquí a Cristo mismo (ICor 15,49) y más tarde al hombre nuevo (Col 3,10). Pero finalmente a la luz de la sabiduría, imagen perfecta, reconoce a Cristo el título de imagen de Dios (2Cor 3,18-4,4). En lo sucesivo Pablo, sin abandonar estas diferentes fuentes de inspiración, se esfuerza por estrechar todavía más de cerca el *misterio de Cristo: Cristo es imagen por filiación en Rom 8, 29. Y según Col 3,10, en cuanto imagen dirige la *creación del *hombre nuevo. Sacando partido de esta convergencia de elementos antiguos y de datos nuevos, la noción de imagen de Dios, tal como Pablo la aplica a Cristo, especialmente en Col 1,15, resulta muy compleja y muy rica: semejanza, pero semejanza espiritual y perfecta, por una *filiación anterior a la creación ; representación, en su sentido más fuerte, del Padre invisible; soberanía cósmica del *Señor, que marca con su impronta el mundo visible y el mundo invisible; imagen de Dios según la inmortalidad: primogénito entre los muertos; sola y única imagen que garantiza la unidad de todos los seres y la unidad del plan divino; principio de la creación y principio de la restauración por una nueva creación.
Todos estos elementos constituyen otras tantas fuerzas de atracción sobre el hombre que, imagen imperfecta y pecadora, tiene necesidad de esta imagen perfecta, a saber, de Cristo, para descubrir y realizar su destino original: bajo la acción del Señor se transforma, en efecto, el cristiano de gloria en gloria en esta imagen del Hijo, primogénito de una multitud de hermanos (2Cor 3,18; Rom 8,29).
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