Un tosco mosaico sepulcral de los siglos IV o V hallado en Thabraca (Túnez), y que representa el interior de una basílica cristiana de tres naves, trae, entre otras cosas, la figura del altar, sobre el cual arden tres gruesas velas. Se trata del más antiguo documento sobre este punto; sin embargo, acerca de su valor documental puede dudarse, ya que ningún escritor de aquella época hace alusión a candelas o candelabros que se pusieran sobre el altar conforme a la práctica litúrgica vigente. El primer testimonio auténtico relativo a un servicio de luces (cereostata) directamente ordenadas a la celebración de la misa se contiene en una rúbrica del I OR. Describiendo el rito de la misa papal en la iglesia estacional, dice que, en el cortejo que acompaña al pontífice desde el secretarium hasta el altar, sepiera acolyti illius regionis cuius dies fuerit, portantes septem cereostata accensa, praecedunt ante Ponilficem usque ante altare. Algunos liturgistas, entre ellos Batiffol, han visto en los siete cirios una práctica inspirada en la visión apocalíptica del Hijo del hombre (1,20) entre los siete candeleros de oro; otros, más verosímilmente, como dijimos, los relacionan con la costumbre, propia de la etiqueta romana, de hacer que precedan a ciertos altos magistrados, cuando entran en la sala de audiencia, cierto número de lacayos con antorchas encendidas y un oficial con el Líber mandatorum, es decir, el código. El libro se colocaba luego encima de una mesa delante del magistrado y a los dos lados se dejaban los candelabros encendidos.
Sea lo que fuere de tales hipótesis, el mencionado I OR añade que los siete acólitos, llegados al altar, dejen en tierra los candelabros, cuatro a la derecha y tres a la izquierda, y que continúen éstos encendidos hasta el final de la misa. Esta práctica de colocar en tierra los candeleros delante del altar se mantuvo invariablemente durante la Edad Media ; dan fe de ello expresamente las antiguas Consuetudines de los monasterios.
Los procedimientos utilizados en la antiguedad cristiana para iluminar convenientemente el altar fueron varios. De ordinario se colgaba del centro del baldaquín un candelero a manera de araña (pharus), en forma de corona, sobre el que se disponían muchas lámparas. Así era el ya mencionado que regaló Constantino a la basílica de Letrán. También encima del baldaquín se solían colocar algunas velas. La medalla de Successa (s.IV) contiene tres en gradación descendente. En los intercolumnios de la nave central, así como en el arquitrabe de la pérgola, se suspendían las llamadas gabatae, especie de platos de bronce o plata con emblemas sagrados que llevaban en el borde tres o más lámparas. El Líber pontificalis recuerda del papa Símaco que fecit gabatas sex cum cruce ex argento purissimo, quae pendent ante arcum maioren. Algunas lámparas ardían día y noche: gabatas argénteas cum lampadibus obtulit et continuatim vigiliis arderé praecepit. Tampoco faltaban candelabros fijos alrededor del altar, generalmente de bronce, provistos decamparas de cera o de aceite (cicendelae) o bien rematados en una copa que se llenaba de cera y se encendía mediante una mecha especial. El Líber pontijicalis enumera entre los regalos de Constantino a las iglesias: Candelabra aurichalca septem ante altaría, quae sunt in pedibus X, cum ornatu suo ex argento interclusa sigillis prophetarum, pens. singula libras triginta. El inventario del año 303 de la iglesia de Cirta (África) comprende dos candelabros. Es célebre el polucandelum de plata en forma de cruz, sobre el que podían disponerse en hermosa simetría 1.570 candelas, mandado colocar en San Pedro por el papa Adriano I (+ 795). Los escritores antiguos, celebrando la iluminación de las iglesias en sus tiempos, sobre todo los días de fiesta, usan términos enfáticos y a veces hiperbólicos. Baste ver lo aue escribe Eteria sobre la iglesia de la Natividad , de Jerusalén, en el día de la Epifanía : Numerus autem vel fconderatio ceriofalis. vel cicindelis, aut lucernis vel diverso ministerio, numquid vel existiman aut scribi potest?
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